Llanganates / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión

Resulta curioso que nos importe tan poco una de las historias más importantes sobre tesoros y aventura. Resulta más curioso, sin embargo, que esa historia -o leyenda- nos sea indiferente cuando se encuentra, precisamente, frente a nuestras narices. Cuando es nuestra, no de peruanos, colombianos, gringos o alemanes. Aunque sea para fines turísticos deberíamos pararle más bola. Imagínense todo lo que se podría hacer.

La historia sobre el tesoro escondido de Rumiñahui en los Llanganates tiene pocas equivalentes en el continente y en el mundo. Nosotros, como ecuatorianos, la aprendemos brevemente en la escuela (aunque desconozco si la sigan enseñando) pero luego nos olvidamos. Afuera sí que la estudian y la conocen, especialmente en naciones como la inglesa que por tradición es dada a la expedición y al descubrimiento. No por nada Charles Darwin terminó en las Islas Galápagos confirmando una de las teorías más importantes de los últimos siglos.

La Royal Geographic Society documenta muy bien todo lo relacionado con el tesoro de los Llanganates. Fue allí donde el botánico Richard Spruce publicó por primera vez una versión confusa y errática del famoso «Derrotero de Valverde» en 1861 que ofrece pautas para llegar al tesoro y puso a la historia en los ojos del mundo. El inglés obtuvo el mapa luego de pasar algún tiempo en Baños y lo tuvo a propósito en secreto, con la finalidad de que dos marineros, Blake y Chapman, encontraran el tesoro posteriormente y lo hicieran rico. Estos se fueron luego en una expedición y, aunque se cree que encontraron el tesoro, sólo uno sobrevivió para contarlo. Blake retornó a Inglaterra y allí hizo que se valoraran en el Museo Británico algunas piezas incas encontradas. Cuando intentó retornar para una segunda expedición en 1892 misteriosamente se cayó de su barco en la costa de Halifax y se perdió. La leyenda, desde entonces, continúa. (O)

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