Libertad emocional / Klever Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

¿Nos hemos puesto a pensar qué tiempo real nos ocupamos psicológicamente de nosotros mismos? Más del 90% del tiempo nos movemos por el mundo sin conciencia y en la más profunda distracción automatizada, el reposo consciente está casi totalmente ausente. Basta con el ejemplo del generoso aporte energético de la ducha diaria, cada vez más corta y anulada porque nuestra mente está ocupada en que ya nos atrasamos o en lo que tenemos que hacer luego de ésta. El acto sublime de nutrirnos se convierte en un estresante y apurado “cuchareo” mientras nuestra mente está atenta a la televisión que nos intuye a una morbosa fascinación masoquista con las malas noticias y la crónica roja del día. El reposo mental consciente que debería ser y estar intercalado durante nuestra ardua lucha diaria está ausente. La “contracultura” homicida actual hace que nuestros niños sean absorbidos por la TV y los aparatos móviles carcomiéndoles las más sublimes funciones superiores de su tierno y explotable intelecto.
La toma de conciencia surge de la capacidad de mirarnos a nosotros mismos de manera honesta, pero poniéndonos ante un tribunal interior amable y no ante el juez interior que nos castiga con culpas y miedos, una verdadera autoobservación con paz espiritual. Tener por lo menos un momento “sin amos”, pues hay quienes se especializan en explotar nuestro ego y éstos querrán convertirse en nuestros amos si estos poseen algo que nosotros no tenemos, pero queremos tenerlo a toda costa. Tratemos de tener un autogobierno psicológico, un autocontrol sincronizado, preguntémonos ¿Quién podrá esclavizarme si sólo deseo lo que depende mí? ¿Cuánto vale mi libertad emocional? El problema es tal vez que no nos detenemos a ver que nuestra vida es cada vez más aprisionada y limitada en lo fundamental, por tanto, los acuerdos, la vida en convivencia y el sentido de comunidad se va haciendo imposible.
Mi admiración y reconocimiento para aquellas personas que reconocen y se asombran con lo simple y auténtico, que les enternece la sabiduría sosegada del discreto buen ejemplo que ocurre lejos de la alharaca mediática, que les resulta fácil entender qué es la autosuficiencia, esa capacidad de gobernarse a sí mismos prescindiendo de la arrogancia narcisista de los que no saben por qué actúan con prepotencia confundidos entre los complejos de superioridad o inferioridad ante los demás. Me estoy refiriendo a aquellos que, sin ocupar las primeras planas de los periódicos ni estar en la lista de los “top ten”, tienen tan sólo la virtud de saber vivir, ser ellos mismos, sin dejarse seducir por una vida de máscaras y prejuicios.
Algún sabio de la filosofía antigua decía: “Tendrás mis plumas, mi pico, mis garras, pero no a mí, no mi vuelo, ni mi alegría ni mi canto”. Esta premisa llegada de la antigüedad es clara y contundente, se reduce a cuantos menos apegos tengamos más cerca estaremos de la felicidad. Pero esto parece que va quedando en el papel porque cada vez nos sentimos con menos capacidad de renunciar a lo superfluo que nos hace daño, que nos quita libertad y que nos tiene de esclavos voluntarios.

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