“ Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón ” / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión



Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».

El amor a Dios y al prójimo se practica desde su lugar originario: el ser. El ser es la verdadera realidad, nuestra verdadera patria. El ser es el lugar donde se opera el verdadero milagro religioso: el encuentro de la persona con el Dios de la vida y de la solidaridad. La verdadera religión, su “meollo”, es propiciar el encuentro del ser humano con el ser divino, el encuentro de la criatura con su Creador, y mantenerlo.

Hay filosofías, corrientes de pensamiento, hombres y mujeres, que niegan la siquiera posibilidad de la existencia de ser. Instalados en el escepticismo, situados entre la ironía y el cinismo, contemplan el mundo como protegidos en una burbuja de aire climatizado: el viento de la indiferencia, el rumor del relativismo y la comodidad del agnosticismo. Están convencidos que todo lo existente es mera apariencia, debilidad extrema.

El ser, en cambio, es plenitud de lo que hay, de lo que existe. Es comunión de cielo y tierra, es abrazo entre lo natural y lo sobrenatural, es unidad de destino entre las criaturas y su Hacedor. Eres “con todo tu ser”. La escisión que hay en ti es solo espejismo, puede que te sientas quebrado y frágil, sin embargo, todo ser humano está convocado a la plenitud, a la vida, al gozo, a la verdad, a la paz… al amor verdadero. Todo tu ser está contigo, en todo lo que eres, te acompaña donde quiera que vaya tu cuerpo, pero, sobre todo habita en tu interior, en el lugar de residencia de tu totalidad de ser.

Lo de amar a Dios y al prójimo lo tenemos archisabido. Lo sabemos y a menudo lo procuramos. Pero pocas veces tenemos en cuenta que nuestro corazón, espontáneamente, no tiende a amar así por las buenas a cualquier «prójimo», sino que tiende a buscar, amar, seleccionar y corresponder a aquellos que percibe como amigables y agradables, mientras se encoge o cierra con los adversarios, con los distintos o, simplemente, ignora a los que no le interesan especialmente. Y nos parece natural, y no nos causa especial inquietud. salvo contadas excepciones.

Jesús, en su único y nuevo mandamiento, reformuló el «como a ti mismo»… por «como yo os he amado». Mucho mejor y más claro si el punto de referencia no soy «yo mismo», sino su modo concreto y extremo de amarnos. Por eso, más allá de amarnos a nosotros mismos, será necesario amarnos como Dios nos ama y como Jesucristo ama. (O)

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