LO QUE PODEMOS SABER DE DIOS/ P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

Un Dios seductorLO QUE PODEMOS SABER DE DIOS

     Según nos dice la Escritura: Nadie ha visto jamás a Dios (Jn 1,14) ni puede ver a Dios (Colosenses 1,15), quizá con la excepción de Moisés, que hablaba con Dios cara a cara (Éxodo 33, 11). Y por supuesto el Hijo único de Dios que estaba en el seno del Padre (Jn 1,18).

    Todo el Antiguo Testamento está lleno de oraciones y deseos de «ver el rostro de Dios», como ese bellísimo Salmo de hoy: «mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua». Son palabras fuertes: la sed crea un estado de intranquilidad, desasosiego y angustia… Y la ansiedad, que según el diccionario es angustia que suele acompañar a muchas enfermedades y que no permite sosiego a los enfermos. No es, por tanto, simple curiosidad o un planteamiento intelectual, sino una necesidad vital que afecta a muchas personas (¿a todas?). ¿Tienes verdaderas ansias, sed de Dios?

UN DIOS SEDUCTOR

     No estamos nada acostumbrados a su lenguaje para hablar de su relación con Dios: «me sedujiste«, y «me has podido«. Es el lenguaje del amor y del sexo, de la pasión, de la seducción. Dios se comporta como un conquistador, como un galán, capaz de usar todas sus tretas y artimañas para enamorar a quien se propone. Según nos describe el diccionario, seducir es: «Persuadir a alguien con argucias o halagos para algo, frecuentemente malo. Atraer físicamente a alguien con el propósito de obtener de él una relación sexual. Embargar o cautivar el ánimo a alguien».

     Y el profeta se dejó seducir por ese Dios seductor. Está recordando su «amor primero», allá cuando contaba unos 24 años. Y su corazón quedo «apresado», tanto… que nunca llegaría a casarse.

EL CAMINO DE LA HUIDA… IMPOSIBLE

     Entonces viene la huida: Me dije ‘no me acordaré más de él, no hablaré más en su nombre’… Es parte del proceso de la fe. Puede que no lo hayamos dicho con estas mismas palabras, pero no es infrecuente intentar olvidarse, abandonar, renunciar a esta relación como si fuera tóxica: «No quiero saber más de Dios, voy a montarme la vida como si no existiera, ¡vaya ganas de complicarme la vida!; esa Palabra de la Escritura me estorba, me pincha, me fastidia…», y hemos buscado otros amores, otros caminos más cómodos o llevaderos. 

         Pero Jeremías no lo consigue aunque se lo proponga. La clave está en la «PALABRA». Todo lo que Dios le había dicho le había llegado al fondo del corazón y allí se había quedado. Nosotros pocas veces nos ponemos «a tiro» de la Palabra de Dios de esta forma. María, la madre de Jesús, sí lo hizo… y llegó a ser la mujer fuerte que salió adelante de todas las dificultades.

PENSAR COMO DIOS

    Es muy oportuno tener en cuenta lo que Pablo nos dice en la Segunda Lectura: no siempre lo que sentimos dentro es Palabra de Dios. Se nos cuelan muchas otras cosas, y podemos ser presas de nuestras ideas fijas, de nuestros intereses, de nuestros fanatismos, de las expectativas ajenas… Y nos avisa: «Transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto«. Discernir, discriminar, purificar, acrisolar para que nuestras palabras y opciones respondan a las de Dios… Y no a las de Satanás.

Mejor dejarnos seducir por la Palabra de Dios, por su proyecto. Es «mucho» lo que saldremos ganando. Aunque duela. Y siempre volviendo al «amor primero». (O)

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