Lecciones de la historia / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



En octubre de 1929, una ola de pánico barrio a los inversionistas de la Bolsa de Valores de Nueva York. En pocas horas el mercado colapsó. Sin compradores, las acciones de la Bolsa se convirtieron en basura. Se esfumaron grandes fortunas. Cientos de bancos, fábricas, compañías mineras e industrias quebraron.

Fue un comienzo del fenómeno económico denominado la Gran Depresión que arrastró a todas las economías significativas del mundo. De los 30 millones de desempleados del mundo, 12 millones correspondían a los Estados Unidos. Sin seguro de desempleo, los trabajadores recurrieron a la caridad. Los desocupados hacían cola en las llamadas “filas de pan” para recibir un plato de sopa, gratis. Es imposible reflejar, en pocas líneas, toda la magnitud de la catástrofe.

No hubo engaños oficiales. El nuevo gobierno presidido por Franklin D. Roosevelt inició un programa de ayuda y reformas conocido como New Deal (Tratado Nuevo). Asignó dinero a los estados para asistencia directa a los necesitados: alimentación, techo y vestido. Comenzó un vigoroso programa de obras públicas para crear empleo. Profesionales, con título académico, desyerbaban cunetas de las carreteras, desalojaban palos y basura de los ríos, construyeron una decena de represas para producir electricidad barata. El pueblo volvió a vivir, creyó en su gobierno.

Los bancos y las bolsas de valores fueron colocados bajo estrictas regulaciones. Se aprobó la Ley de Seguridad Social para proveer fondos a los desempleados y pensión a los viejos. El gobierno alivio la situación desesperada de los agricultores, pagándoles por suministrar la producción de tierras que necesitaba otro tipo de cultivo para conservar y reactivar la riqueza del suelo; -desde esa época vienen los renombrados “subsidios”-.

En ningún momento, el gobierno sugirió a sus ciudadanos: “huyan del país, emigren”. El punto fundamental de New Deal fue la demostración del poder supremo del gobierno puesto al servicio de la restauración del bienestar del ciudadano como individuo.

Descomunal diferencia con lo que ocurre en los países tercermundistas, venta de la vida de los pobres a los coyoteros, transporte en balandras miserables, muerte en el océano. Designación de comisiones, legislación, inventos, supuestamente para “ayudar” a quienes huyen del país. Mascaradas inútiles, mientras el gobierno y los otros poderes no mueven un dedo para ocupar y retener a una fuerza laboral invalorable.

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