Las manzanas de Huachi. 1661/Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión


¿Quiénes serán esos campesinos de Huachi que se han puesto a desbarrancar los linderos del filo del Camino Real?  A lo lejos parece que ellos mismo  han salido de sus tumbas para volver a respirar ese polvo que les hace falta y  que lo levantaban cuando por los principios de los años 1600 se pusieron a querer delimitar las tierras que su padre y las justicias les había quitado a los indios. Seguro que los pueden reconocer a don Francisco Velásquez de Gavilánez con su mujer doña Juana Gómez. Otro de los que seguramente  aparece desenterrado es el escribano de Hambato don Jerónimo de Montenegro. 

Se los ve que los tres están hablando de lo mismo de lo que resolvieron ese  23 de julio de 1661, cuando doña Juana Gómez había llamado al escribano para decirle que habían procreado a un nuevo Francisco Velásquez de Gavilánez y que habían decidido que se vistiera los hábitos de un santo presbítero. Son sombras que aparecen para gloria de la religión y seguridad de sus bienes heredados de sus padres hace más de 50 años.

Por ratos, aparecía Francisco Velásquez de Gavilánez, el Viejo, vestido de sus ínfulas de español acicalándose  su rostro de cristiano. Y cuando se desdibujaba su sombra entre la penumbra, doña Juana, hablando más con sus manos que con sus antiguas palabras al escribano 

“… le señala por su patrimonio y herencia paterna y materna, una estancia que tiene y posee de pan sembrar en el sitio de Guache, de tres caballerías de tierras (unas 50 cuadras) con su huerta de árboles de Castilla, y frutillares de 3 caballerías (otras 50 cuadras), poco más o menos,  que lindan por un lado con tierras de Madalena de Xerés y por el otro lado con tierras de Alonso Garcés de Aguilar, parte de arriba con el Camino Real que va de este asiento al de Mocha y otros linderos…” 

Con este y otros respaldos, hemos enviado a Lima, la Ciudad de los Reyes, para que nuestro hijo prosiga “estudiando en los estudios, (donde) pretende ordenarse desde las primeras órdenes hasta las del Sacro Presbiterato”, le dice doña Juana al escribano. Entonces hablan del precio de las tierras que ella asegura: El precio fijado para estas propiedades es de dos mil pesos, “los cuales confiesa que caben en la hijuela de partición que se haya de hacer entre el dicho Francisco Velásquez de Gavilánez y los otros herederos”.

¿Qué otras tierras tienen y cuáles son los que van a quedar como herederos?

Se nos ha asignado por parte de nuestros derechos de ser los nuevos señores de esta tierra “una estancia que tiene y posee en Patahaló, de tres caballerías de tierras (otras 50 cuadras), jurisdicción de este asiento, de pan sembrar que lindan por un lado con Grabiel Núñez, quebrada en medio, y parte de arriba con el páramo de Carguayrazo, y parte de abajo con otra quebrada que hace punta de reja, con la acción de un indio del quinto, y aperada con bueyes y rejas…”

 En las conversaciones de la gente que miraba a la distancia del tiempo la polvareda del desbarrancadero, se decía que cuando había regresado de la Ciudad de los Reyes don Francisco Velásquez de Gavilánez, el mozo, mucha gente le habían acompañado a ver cómo habían crecido y se habían adaptado de bien las plantas de frutos de Castilla, entremezclados con las plantas de frutos de la tierra: las manzanas tenían texturas nuevas, igual que los cerezos y los membrillos. Los duraznos competían en dulzor con los capulíes que parecían ser los señores  de la tierra.

Sin duda que somos los que vamos a cambiar este paisaje lleno de esas menudas frutas que algunos no atinan a recordar su nombre y como crecen pegadas a las arenas de esta tierra, no hemos tenido más alternativa de llamarlas “frutillas”, o sea frutas menudas. Los indios que han abandonado estos lares han dejado grandes sembríos de estas delicias que crecen junto a esas frutas que de maduras hay que desenfundarlas, y son de color amarillo. Yo no sé a  quién se le ha ocurrido llamarlas “uvillas”, porque en realidad no son uvas por ningún parecido con las plantas de vid y sus frutos. Los indios, de puro resentidos nos han ocultado los nombres de las frutillas y de las uvillas. Será de preguntarles a las lagartijas que se dan banquetes en estas arenas donde el sol deja sus mieles, y donde además se suben por los espinos a comerse las  que llaman “tunas”.

Su merced que ahora se ha instruido en la Ciudad de los Reyes, cuéntenos cómo es eso de que en Europa tenían historias sobre las manzanas de oro. 

Eso se contará  en el futuro, cuando hayan entendido que nuestro padre  Adán cayó en la tentación por querer alcanzar la sabiduría. Yo creo que las manzanas de Huachi van a dar mucho que hablar cuando se propaguen mucho más por esta tierra.

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