Las cárceles: reflejo de un país / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

No está por demás apuntar a lo obvio: ninguna cárcel en el mundo, así sea la mejor en todos los sentidos, es un centro de sosiego y relax para quienes las habitan, incluso si no hay violencia, acoso y amenaza constantes (lo que es bastante normal en una penitenciaría cualquiera). El solo hecho del encierro es una experiencia aterradora para el prisionero común, y si a esto le sumamos que normalmente allí hay gente ligada a fondo con el delito en todas sus formas, no es raro que esos centros carcelarios sean el mismo infierno en la tierra, y que aunque resguardados con autoridad y disciplina, no dejan de ser una de las más cercanas representaciones de La Divina Comedia aquí, a la vuelta de su casa.

¿Qué pasó entonces en el Ecuador que teniendo ya un infierno en cada cárcel, éstas descendieron abruptamente a la sétima paila? ¿Por qué en un solo día más de ochenta muertes violentas en tres centros penitenciarios del país? ¿Cómo de la noche a la mañana nos convertimos en el peor ejemplo de administración carcelaria de toda la región?

La respuesta -por obvia- se la ha repetido insistentemente: un narco-gobierno por elemental sentido de codependencia va a permitir subrepticiamente el auge de este delito a través del hampa en su país, que es exactamente lo que ocurrió durante el gobierno anterior. Esta siniestra complicidad mutua en la que Estado y delincuencia son lo mismo actúa como la mafia, porque son la mafia: una vez dentro no puedes salir y si lo haces te matan; no hay opción.

Ésta evidentemente constituye la primera y más importante causa para tan lamentable desenlace y es también la raíz de innumerables efectos colaterales, como por ejemplo, el de un nulo respeto a la Ley por parte de los delincuentes quienes al tener las condiciones legales y administrativas a su favor, al no haber Ley ni mano que les frene a raya, y consecuentemente, al saberse protegidos, pecan cual justo en arca abierta.

Ahora claro, diagnosticar todo este cáncer social es muy fácil, corregirlo es el reto, más aún cuando el Estado ha cedido tanto a lo largo de estos catorce años en que las bandas narco-delictivas se han apoderado de calles, ciudades y prisiones. No obstante, esta coyuntura resulta oportuna porque -sólo un gobierno decente y con mano firme- pondrá las cosas de nuevo en orden, lo cual es vital para la salud e imagen de un país, como ya lo anticipó con mucho acierto Nelson Mandela cuando afirmó: “Suele decirse que nadie conoce realmente cómo es una nación hasta haber estado en una de sus cárceles.” (O)

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