Lapsus calami / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

La locución latina “lapsus calami”, traducida como “error de la pluma”, representa una equivocación involuntaria al escribir, a diferencia del “lapsus linguae” (error de la lengua) o descuido involuntario al hablar. Los lapsus calami son bastante habituales. Errar es humano.

Esta justificación sirvió para modificar la solicitud de juicio político al presidente de la república, Guillermo Lasso, pocas horas después de haber sido presentada. En la primera página, los ponentes invocaron artículos desatinados de la Constitución y la Ley Orgánica de la Función Legislativa. Las normas citadas detallan la facultad del poder Legislativo para enjuiciar a los ministros de Estado y a las autoridades de control. Nada dicen sobre el presidente del poder Ejecutivo. Vaya lapsus calami.

Pero no fue el único, el Consejo de Administración Legislativa (CAL) de La Asamblea Nacional, instancia que tiene la facultad de enviar el pedido a la Corte Constitucional y que en primera instancia admitió a trámite y aprobó la moción que disponía remitir de inmediato el documento a los jueces constitucionales, se retractó 24 horas después, al detectar varios lapsus que no fueron advertidos por los legisladores ni por su cuerpo de consejeros. El CAL, primero, determinó que la solicitud reunía los requisitos, pero reconsideró su decisión al enterarse que fueron citados artículos de la Constitución, la Ley Legislativa y el Código Penal que no corresponden. Errar es humano.

Entre los lapsus calami hay algunos que producen risa. «Continúa grave el trabajador muerto ayer». Con este titular apareció un períodico. Probablemente el escritor y el jefe de redacción no lo notaron. El diario circuló así, porque la equivocación material en un escrito no perdona lenguas ni géneros literarios. Pablo Neruda señalaba que la errata duele como una caries o como la mordedura de una serpiente, decía Gómez de la Serna. En las decisiones políticas, de nuestro país, también hay errores que producen carcajadas.

Más de una vez, se trata de una “errata tipográfica” al digitar una letra o sílaba, que cambia el sentido de una palabra o frase. A veces, se comete faltas que afectan a la estructura sintáctica o al léxico. Otras veces, la equivocación no es más que un traspiés lingüístico. Lo que no se no se identifica como lapsus son los “errores voluntarios” o los que siendo tan sui géneris, dan pie a la suspicacia de creer que son planeados políticamente con los cinco sentidos.

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