La vida y la muerte como dos caras de la existencia / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión

Estas fechas en las que se celebra el Día de los Difuntos son propicias para algunas reflexiones sobre un tema que por lo general preferimos no toparlo, pues despierta un sentimiento casi inconsciente de miedo que se junta al recuerdo de aquellos momentos que nos causaron dolor por la pérdida de algún ser querido. A pesar de ello sentimos que al ser inevitable hace falta comprender con mayor profundidad la realidad natural de la muerte.

Durante siglos la cultura occidental se ha acostumbrado a verla con cierto temor porque lamentablemente ignora más de lo que conoce sobre ella y esto la ha llevado a evadir un asunto que demanda respuestas. En tal caso es bueno saber que no siempre fue de esta manera, pues conocemos que las grandes culturas y civilizaciones comprendieron bastante mejor este fenómeno inherente a toda existencia.

Una de las ideas muy presentes en todas ellas es la noción de que el ser humano es parte de la naturaleza y en ella todo es cíclico pues el día sigue a la noche, el verano al invierno, el sueño a la vigilia, la niñez a la vejez y así en todo lo manifestado, por tanto, no estamos exentos de ese continuo devenir.

Supieron que el universo es un enorme ser vivo en el cual todo se transforma y se relaciona íntimamente, así la vida y la muerte no serían sino dos caras de la existencia pues jamás dejamos de ser. Esto significa que hay cosas que cambian y otras no, por ello tenemos un alma inmortal y eterna pero también un cuerpo material que se desgasta con el paso del tiempo para luego regresar como polvo a su origen terrenal, al igual que nuestra esencia inmortal vuelve a su origen celestial.

La naturaleza material nace, crece y muere, en tanto que lo espiritual es eterna y continua, por ello cuando hablamos de que algo o alguien muere sólo nos referimos a lo perecedero y no al ser en sí mismo.

Ese universo mantiene una marcha constante en pos de su destino luminoso y los hombres como parte de él también cumplimos con ello, avanzando en medio de aciertos y fracasos, de alegrías y tristezas, atravesando cada una de las etapas de la vida dejando atrás lo pasado, muriendo y renaciendo permanentemente donde sólo se cosecha lo que se siembra.

También es cierto que el desprendernos de algo causa dolor y aún más si se trata de un ser querido, pero parte de las enseñanzas que nos han legado esos pueblos, es que el dolor proviene del apego a lo material y temporal.

Por todo ello procedamos como lo hacen con sus ancianos en la cultura China tradicional, celebrando que se haya vivido dignamente. Además, recordemos lo señalado en el Libro de la Oculta Morada del antiguo Egipto: “la muerte es la salida del alma a la luz del día”. (O)

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