La niña y el borrachito /P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

El artículo del día de ayer quiero coronarlo recordándonos “Los derechos de los niños”

«A golpe de las 8 de la noche del viernes pasado» encontré como tantas veces me ha sucedido, sentado en la puerta de una casa, a una niña de siete años junto a un señor borrachito. Me acerqué y le pregunté a la niña que cosa hacía e esas horas, tan chiquita y junto a un borrachito, ella me respondió con su sencillez «madurada a la fuerza: «estoy cuidando a mi papá … » Que triste constatar que los niños, aquellos que necesitan la protección de los mayores, que los niños débiles por naturaleza, cuiden a los «bravucones de los bares y cantinas»; que los niños que requieren de cuidados especiales tengan que exponerse a las groserías de los mayores, a la compasión de los transeúntes y a su indiferencia, a la vergüenza de «cuidar el vicio de su padre». 

Es una escena muy común en nuestro medio: los niños o niñas convertidos en protección de sus padres borrachos, convertidos en bastones de su débil caminar, en guías de su desorientada borrachera. Es muy probable que luego de pasar el «chuchaqui» ese padre pagará a su hija con un grosero carajo porque no le «cuidó bien», porque dejó «que le robarán su reloj o su billetera». 

Hemos reflexionado con los jóvenes sobre este hecho yhemos sacado algunas conclusiones que creo son dignas de ser consideradas ytenidas en cuenta: hay que defender al niño, se dijo, pero hay que encontrar el camino más adecuado. Todos estamos convencidos que muchas acciones que se hacen a favor de los niños son dignas de elogio y admiración y apoyo, pero esas acciones son limitadas e inconclusas toda vez que la familia, los padres no son garantía del cuidado del niño, mediante su buen ejemplo, su compromiso con ellos en su formación y desarrollo. 

La familia tiene que garantizar un ambiente saludable para que el niño crezca con naturalidad, con optimismo, sin miedos, sin traumas. La niña objeto de esta reflexión, recordará con gratitud la caridad que recibió pero sufrirá mucho al recordar que tuvo que «cuidar» con su debilidad, la borrachera de su padre … » La familia tiene que desterrar, para siempre todo brote de violencia pues es nocivo al espíritu de los niños, crecerán con miedo y temor y tendrán la idea de que cuando tengan que solucionar los problemas y conflictos de su vida madura podrán recurrir al vicio, a la violencia, al insulto, a la maledicencia. 

Creo que la escena de nuestra reflexión nos llama a cambiar de actitud frente a los niños, los indefensos por naturaleza, ellos tienen que ser el objeto de nuestras más finas atenciuones. El niño tiene derecho además, a “respirar un ambiente y salud spiritual”.

En esto la sociedad tiene que confesar su culpa permanente: han montadop propagandas, montan espectáculos y fiestas lesivas a la inocencia de los niños. Ellos desde temprana edad absorben el mal, dañan su espíritu sencillo y puro, más tarde, exista cualquier estímulo, tienen comportamientos ya viciados por el mal, por la mala intención, por el vicio. (O)

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