La mochana Francisca Villacís. 1791 / Pedro Reino

Columnistas, Opinión


En la apasionante historia novelada de Bayardo Ulloa “La Cascarilla” (2008) encuentro una intra historia relacionada con un personaje que quiero evidenciar para sumar a otros personajes novelables y novelados ya, como el caso de la abuela de Juan Montalvo o las vendedoras de la época del tren que están en mi novela “Tren a Chuchubamba”, de lo que tengo noticia.

En el capítulo X, el historiador Ulloa comenta el auge de la comercialización de la cascarilla que se extraía de la zona de Macas y Loja. Riobamba tomó un gran movimiento económico social debido a que por 10 años consecutivos se enviaron  un promedio de 80 quintales anuales a la Botica Real de Madrid. Esto, por 1776.

“En el ir y venir, desde zonas cascarilleras, Riobamba se llenaba de peones, pistoleros, aventureros, negociantes, financistas y políticos…Fue célebre por esos tiempos una tal Francisca Villacís que aprendió a preparar pociones para curar varios males; su especialidad fue preparar infusiones de cascarilla para contrarrestar las ¨tercianas¨”, que eran las etapas de crisis que tenían los contagiados de la fiebre amarilla o malaria. Se habla de un médico que llegó a conocerla, “se encantó con ella, por su libertad para actuar y su poco apego a las normas puritanas”. Un poco más adelante, y para ir al grano, Ulloa dice que “la cariñosa mochana ponía en vilo a la puritana sociedad (riobambeña) de 1791; su cariño se desbordaba, cada vez hasta reunir en su lista los nombres de los hombres proscritos de la villa. También fue juntando, a manera de milagros, la salvación de la vida de mucha gente de la villa que había sido atacada por el paludismo.”

Sin ir muy lejos, el mismo Regidor de Riobamba había sucumbido en los brazos de la mochana. Con decir que hasta los curas habían caído en el pecado. Todo esto dio lugar a que, según el interrogatorio del documento que nos encubre Ulloa, “sirvió para sentenciar su expulsión fuera dela villa, castigo que le aplicaron por tener una vida desarreglada”.

“En su declaración dijo tener entre 26 y 30 años, soltera y oriunda de la villa, y residente en la casa de su benefactor, el Señor Regidor, don Juan Antonio de la Carrera. La Villacís vivía con su madre María Manuela Mejía, una señora viuda y vieja conservadora”. Entraba y salía de la cárcel ya sin problemas. Una nueva denuncia de una dama ofendida por la traición de su marido resultó “la esposa del cantor más distinguido de la ciudad, don Andrés Gallegos”. Las autoridades que debían actuar en contra de la mochana, terminaron enterándose de que a todos les había jurado fidelidad. “Ni siquiera don Juan Antonio Gaibor, que fue nombrado Defensor de Oficio”, estaba libre de la infidelidad. Estando en los juzgados y ante sus autoridades “ellos apenas esquivaban los ojos ante el poder de la mirada penetrante de la mochana quien, para sus adentros, anunciaba próxima venganza”.

Fue desterrada cada vez más lejos, a Alausí, a Latacunga. El Corregidor de Riobamba Antonio de Tejada, le remitió al pueblo de Mocha. Así se convirtió en fantasma, en la visitadora que llegaba simultáneamente  a muchos lugares en los que se daban cita los muchachos y los viejos de la sociedad…Se parecía a San Martín de Porres que lo veían al mismo tiempo por Lima o por México. “Era una diosa, una bendición que tenían los amantes”. Decían de ella que era fiel, porque eso les había jurado a cada uno. El  fantasma de la mochana se había vuelto un mito, porque entre conversaciones amorosas, los hombres alterados y alucinados, hasta se daban de puñetes diciendo que esa misma noche la Francisca les había acompañado simultáneamente en lugares imposibles de coincidir. (El libro está editado por la Pedagógica Freire, de Riobamba). (O)

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