La globalización del conflicto / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Mientras en una ciudad europea se ofrecen incentivos para tener hijos, en un claro desafío para fortalecer la familia -célula de la sociedad- y evitar la ‘epidemia de la soledad no deseada’; en otros confines se apuesta por la generalización del antagonismo, la dificultad y la contienda, como impronta encaminada a satisfacer viejas prácticas y apetitos insaciables de poder, resquebrajados hace tres décadas.

Entonces el resto del mundo, absorto, se ve compelido a tomar partido en esta suerte de posicionamiento geopolítico que involucra, no sólo apoyo fáctico en favor o en contra de alguien, sino algo más, definición e implicación político-económica que, a primera vista, no admite ausentismos o vaguedades.

‘O estás conmigo, o estás contra mí’ parece ser el slogan convocante, sin importar para nada las “sanciones importantes” que pudieren derivar del ataque o invasión a Ucrania, si esto así sucede.

La pandemia -por su parte- y a despecho de lo que hoy se advierte, propagó no sólo un virus, sino una incertidumbre de vida que aparejó la forma expedita para atenuar sus efectos: la vacuna. Y esta, producida en franca competencia por laboratorios de distintas locaciones, dejó de lado pertenencias y banderas, para convertirse en solución vulgarizada que trascendió fronteras.

Debilidades y fortalezas están hoy a la orden del día, tanto como “declaraciones por la paz” y misiones de disuasión y desescalada. Lo único cierto es que la violencia, genera más violencia y los sucesos se traslapan, sin importar víctimas o consecuencias.

No hace mucho se repetía y con insistencia una máxima: “Pensar en lo global y actuar en lo local” como significación soportante, de concreción de la política pública en la gestión de ciudades y pueblos. A diferencia, la cosmovisión del aparente conflicto que nos ocupa parecería invertir los términos, de suerte que, un territorio en específico importe a la confluencia masificada y generalizada de todos los demás.

Definitivamente, la humanidad, está por sobre las apetencias y personalismos. Esa es una realidad incuestionable. No cabe, por lo mismo, bajo ningún supuesto, extremar la amenaza y el agravio y, mucho menos, sacrificar a seres indefensos, por el simple hecho de opinar en contrario o elegir una forma de desarrollo distinta a la concentración.

El poder desmedido y descontrolado que seguramente se pretende alcanzar en el mundo globalizado en que moramos, de no mediar la racionalidad y el respeto, terminará por agotar paciencias e inflamar pasiones. El autoritarismo disfrazado, de suyo, no es más que un dogmatismo empecinado en enarbolar el caos por sobre la mesura.

No es bueno dejarnos llevar por el arrebato irreflexivo e inmediatista. La prudencia, se dice, es sabia consejera. Aboguemos por la solución pacífica de las diferencias. (O)

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