La filosofía del equitismo / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Habitamos una Región de contradicciones y contraposiciones, que se debate entre planteamientos atinentes al desarrollo y más propiamente al territorial, sus estilos e inclusión de dimensionamientos económicos, sociales, ambientales, con temas tales como: infancia, población, género, educación, sostenibilidad y financiamiento. Sin embargo, no se ha incorporado apropiadamente la problemática que hace a la dimensión política del desarrollo.

En algunos sitios, se ha palpado la profundización de un sistema político y económico desregulado, fundamentalmente financiero, y la priorización de la liberalización comercial, sin considerar especificidades de competitividad, equilibrio externo y deterioro ambiental, asuntos que afecta a las economías en desarrollo. Se ha evidenciado el estilo de desarrollo regional dominante, basado en una estructura productiva cuya competitividad depende de la abundancia y la explotación de recursos naturales, sesgando las inversiones, la innovación y el desarrollo tecnológico; fomentando el uso intensivo de energía y si se quiere, el abuso «predatorio» de esos recursos.

Los énfasis referidos, bien podrían considerarse parte de una suerte de estrategia o mecanismo psicológico, como la «heurística de disponibilidad”. Es decir, de aquella que viene a la mente con más facilidad e influye en la conclusión, luego de realizar juicios sobre probabilidad o frecuencia de hechos.

Pero vale insistir en esta línea de aproximación, porque han surgido en la región y fuera de ella, grupos poblacionales que realizan un gran esfuerzo por imaginar una sociedad mejor, en la que las personas sean tratadas con justicia, en la que el bienestar individual, colectivo y futuro sea la prioridad de la sociedad. 

Imaginando un lugar, donde cada poblador tenga acceso equitativo a las oportunidades y a los derechos, y un futuro donde las diferencias nos hagan más fuertes, en lugar de dividirnos. Tanto como, un sistema económico que recompense a quienes trabajan en beneficio de la sociedad, que se esfuercen por disminuir las desigualdades sistémicas y, mucho más.

A este empeño expuesto como resultante de todo lo que ha acontecido en últimas décadas, es a lo que se ha dado en llamar “Equitismo”, conceptualizándolo, como una nueva ideología para una nueva etapa, que se supone guiará el trabajo político y social, que una buena parte de la humanidad espera pronto sea adoptado por más organizaciones e individuos.

Entonces hablar de equidad democrática, de equidad en las vacunas, equidad institucional, climática, o de equidad en materia de derechos, y verificar las acciones que efectivamente están sucediéndose en estos temas, dejará de sonar extraño a los oídos y nos acercará más, a una realidad incuestionable de construcción colectiva del desarrollo en la que, al tiempo de planificar, se deba intentar prever -de ser posible- hasta el comportamiento poblacional resultante o de impacto.

A algunos entendidos podría parecer una presentación que peca de ilusoria, pero finalmente, el empeño y tesón que pongan -esos agentes de cambio- impulsadores del equitismo, bien podría aportarnos una chispa de esperanza, dos años después de la pandemia, con un retroceso democrático e innumerables problemas en todo el planeta y conducirnos hacia un escenario en el que cuestionemos ¿cómo podemos llevar la esperanza de un futuro mejor al 2022 y años subsiguientes? Y, respondernos, «trabajando en lo que creemos» a través de: campañas globales de potenciación del tema, participación política efectiva, con candidatos propios que accedan a puestos de liderazgo y, fortaleciendo un estado digital, que permita más y mejor ciudadanía.

En síntesis, se trata de mantener la audacia de esas acciones que aportan equilibrio y sólo tiene parangón con la audacia de esa nueva visión y filosofía. El Equitismo.

La puerta queda abierta …(O)

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