La condición humana / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

En la China de 1928, cuando Francia y otras potencias occidentales marcaban los cambios del país, se produjo la insurrección de los comunistas, dirigidos por Mao Tse Tung, por intermedio de su hombre de confianza, Chou En Lai, y de los nacionalistas del Kuomintang, liderados por el General Chiang Kai Shek, en contra de los mandos militares. Chiang tomó el poder y ordenó el fusilamiento de sus aliados, los comunistas, vinculados a los intereses de Moscú.

El escritor y político francés, André Malraux, escribió, en 1933, su célebre novela, “La Condición Humana”, en la que recrea la insurrección desde la profundidad humana de sus protagonistas, con algunas fantasías y licencias propias de una novela. A pesar de las críticas a la obra de Malraux, calificada de superficial y retórica, sus restos se encuentran en el Panteón, lugar reservado a los grandes del pensamiento francés. Mario Vargas Llosa ha sido uno de los más articulados defensores de la genialidad de Malraux, llamándolo el charlatán más excelso de la literatura. 

Malraux coloca en un pedestal a los líderes comunistas de la insurrección, en especial a Kyo, el disciplinado y convencido comunista que coordinó los operativos en Shangai y que se mató ingiriendo cianuro, antes de  ser fusilado por el pelotón de Konning, el jefe de seguridad e inteligencia de Chiang Kai Shek. Se podría decir que Kyo es Chou En Lai, que, por cierto, en la vida real, no murió envenenado sino que se unió a Mao, con quien tomó el poder en 1949, apartándole a Chiang, que no tuvo otra salida que huir a Taiwán. Otro comunista, al que le da la categoría de mártir, es a Chen, por haber asesinado a un comerciante traidor con el uso perfecto y silencioso de un cuchillo, episodio con el que comienza la novela, y por haberse sacrificado colocando una bomba en el vehículo  de Chiang. 

Con Ferral, el influyente magnate francés en tierras chinas, y Gisors, padre de Kyo, hombres de gran cultura, Malraux penetra en la importancia del pensamiento en la evolución humana, a tal punto de afirmar que esos dos personajes sobrevivían gracias a la necesidad de inteligencia que sentían a diario. Algo más. De la vida de ambos extrae una conclusión: “el hombre es la suma de sus actos, de los que ha hecho y de los que puede hacer”. 

Por último, sólo cuando se logra escapar de la condición humana normal y ordinaria, “el hombre se convierte en algo más que hombre, en un mundo de seres normales y ordinarios”, afirma Malraux en su novela colmada de episodios y personajes idílicos y existencialistas.  (O)

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