Juicio político y juicio final / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

En esta ocasión vamos a continuar ampliando la explicación de la semana pasada respecto al Gran Colisionador de Hadrones (LHC por sus siglas en inglés) y que a manera de colofón comparamos el valor total de esta increíble máquina de tres mil millones de dólares versus la mitad de eso (1 500 millones) que pagó Rafael Correa por un terreno aplanado y completamente vacío. Sí, una descomunal infamia; pero hay más.

Este acelerador de partículas recrea los primeros instantes del universo haciendo que colisionen protones, probando así la existencia de la “partícula de Higgs” o “partícula de Dios” que sería la encargada de crear materia y consecuentemente mantener cohesionado al universo; sin ella no habría nada: ni planetas, ni estrellas, ni usted, ni yo. De allí su nombre e importancia.

En el mundo cuántico unas partículas tienen masa y otras no. Las que no tienen masa, como los fotones, por ejemplo, se desplazan más fácil y rápidamente por el espacio que aquellas que sí tienen masa, como los electrones o los quarks. Es como cuando usted intenta caminar en una piscina, es difícil ¿verdad?, pero si bucea o nada seguro irá más rápido. El agua de la piscina representa el campo de Higgs en el que unas partículas nadan y otras caminan, y son estas últimas -las más lentas- las que han ido creando el universo tal y como lo conocemos porque al tener masa están destinadas a unirse y formar materia. Pero entonces, ¿de qué está hecha esa piscina, o en otras palabras, qué es lo que contiene ese campo de Higgs que permite a determinadas partículas unirse y tener masa? Ahí entra el LHC que ya ha probado la existencia de la partícula divina la cual vendría a ser ese “pegamento” que une subpartículas hasta convertirlas en átomos dotados de masa creando así desde una microscópica mota de polvo hasta las mega galaxias con millones de años luz de extensión.

Como ve, en el universo todo es perfecto, nada es azaroso, cada cosa responde a la ley de la causalidad cuyos efectos traen consecuencias. Ahora piense en lo siguiente: si el magno universo trabaja así, nuestro entorno más cercano no tendría porqué ser diferente; es por eso que cuando los políticos corruptos usan la mala fe y la mentira para hacerse con las suyas, ni la mismísima partícula de Dios les ayudará a mantenerse unidos entre ellos, que es lo que ocurre con el juicio político al presidente Guillermo Lasso en el que por falta de pruebas los propios acusadores se dispersaron y desunieron.

O quién sabe, a lo mejor sí lo consiguen, pero recuerde que en tal caso, la partícula divina “pega” en los dos sentidos: por un lado, los corruptos están ‘pegados’ como chicle entre ellos, lo cual ya es deshonroso, y por otro, en el Juicio Final (ese sí justo) seguramente la divinidad les ‘pegará’ un poderoso puntapié en sus aún calientes posaderas enviándoles directo al infierno. (O)

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