Impunidad / Mirian Delgado Palma

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Impunidad / Mirian Delgado Palma

El escenario político del Ecuador se encuentra enredado en una interminable telaraña de corrupción provocada por los actores políticos del descabezado titular de la “década ganada”. No hay un solo día que se nos informe sobre actos de corrupción, que representan el enorme asalto económico al pueblo ecuatoriano.

En forma reiterada y permanente hacían alarde de que en las urnas una mayoría representativa confiaban en la gestión y la administración eficiente del anterior presidente y su equipo de trabajo; sin duda, aspirando a tener una mejor calidad de vida, atendiendo de manera prioritaria sus necesidades para salud, educación, seguridad, vivienda, etc. Sin embargo, esa noble y justa aspiración se vio empañada por la interminable red de corrupción que conculcaron los derechos del pueblo.

Las investigaciones develan desorbitantes atracos de los fondos del Estado. Si tuviéramos que calificarlos por los resultados de las investigaciones, les daríamos la máxima calificación. Sin embargo, cabe preguntarse cuánto de los fondos asaltados por los funcionarios públicos sin ética, ni moral de la prenombrada década han regresado al erario nacional. A esta cirugía mayor le daríamos la calificación de deficiente. Toda esta corruptela está quedando en la “IMPUNIDAD’’, además, por la indiferencia e indolencia del pueblo que somos los directamente afectados.

Según acepciones semánticas a la Impunidad se la concibe como: “la evasión o el escape de la sanción que implica una falta o un delito, lo habitual es que la impunidad se produzca cuando por motivos políticos o de otro tipo una persona que es responsable de haber violado la ley no recibe el castigo correspondiente, por lo tanto, sus víctimas no reciben ninguna reparación”. En conclusión, la impunidad es “la falta de castigo”

El pueblo no ha ganado nada conociendo a profundidad los actos de corrupción, no nos han perdonado la contribución de los impuestos destinados al gasto público, pero irónicamente éstos han servido para beneficio privado indebido, a costa del daño público. Por tanto, la impunidad es un fenómeno que desafortunadamente cada día se extiende y se acentúa. Sin lugar a duda las raíces éticas de la impunidad se basan en la doble moral.

La ética de la impunidad se sustenta en aquel conjunto de explicaciones acomodaticias que intentan justificar la transgresión de la ley, tanto a nivel social como personal. La impunidad también se refuerza por el miedo que existe, cuando los ciudadanos prefieren no apelar a los sistemas legales, ni hacer uso de sus derechos, ante el temor de las consecuencias negativas de todo orden, que pueden acarrearlos tanto a ellos como a sus familias, la venganza de quienes hayan sido debidamente sancionados por la justicia.

La ley de la selva y las múltiples mafias hacen casi imposible la aplicación de la justicia. Cada día se nota más la urgencia de aplicar justicia y la imposibilidad de hacerlo por el dominio de la intimidación y la compra de conciencias.

Disminuir, cambiar o corregir los vicios señalados es una condición indispensable para la creación de condiciones objetivas favorables para el crecimiento de la democracia. La tarea es ante todo cultural. Sin un cambio de valores no es posible la verdadera democracia que ponga fin la impunidad campante en el hacer público. (O)

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