Ideologías

No existe ideología política en el mundo, ni en la historia, que sea la panacea. Ni derechas, ni centros, ni izquierdas tienen ninguna de ellas la “varita mágica” para complacer a todos ni arreglarnos la vida a todos.
No obstante, hay que reconocer que, como concepto ideológico, el socialismo no suena nada mal cuando enarbola el intrínseco deseo generalizado de igualdad y justicia social. Practicarlo nos conduciría a vivir en un cuasi paraíso en virtud a que como lógica consecuencia desaparecerían todo tipo de conflictos, y es que ¿por qué o para qué habría de haberlos si todos viviríamos en santa y armoniosa igualdad?
Ahora, con los pies en el suelo, resulta que este bonito concepto se transforma en utopía antes incluso de llevarlo a la práctica por la sencilla razón de que los sueños de libertad y progreso personal de todo ser humano son tan consustanciales con su esencia que están muy por encima de cualquier postura política, por lo tanto, riñen directa y totalmente con que una ideología nos encasille a ser, tener y desear igual que el vecino de al lado.
Así, hasta que aparezca algún tipo de democracia “más perfecta”, el capitalismo, con sus virtudes y defectos, es muchísimo más realista y pragmático que ese canto de sirenas. No será la panacea, como señalo al inicio, pero asienta los rieles sobre los cuales cualquier persona pueda mover la dresina que lo llevaría tan lejos como se proponga.
No obstante, dado el discurso que todos queremos oír, es entendible que mucha gente caiga rendida a los encantos de la palabrería socialista, como efectivamente ha venido sucediendo desde su aparición en las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo XIX hasta la fecha.
Lo que es inentendible e inaceptable es que hoy en día con tanta información en la palma de la mano (literal) que permite sopesar fácilmente argumentos de lado y lado; con tanta evidencia inequívoca del fracaso rotundo que representa el socialismo en el mundo entero; y por el contrario, con tanta prueba -inequívoca también- de los niveles de vida muy superiores que ofrece el capitalismo, aún exista gente que los ve como opción electoral, -e incluso como víctimas- y no como los delincuentes que son.
Sí, delincuentes, con todas las letras, porque si lo anterior aún no le ha convencido, ahí están por todo lado y principalmente en Sudamérica y Ecuador, las inocultables relaciones incestuosas de políticos zurdos con delitos de narcotráfico y terrorismo.
Por eso, a estas alturas ya no es engaño lo que sufre aquella sociedad que los respalda, sino complicidad o estupidez. O las dos.
Partidos políticos como la Revolución Ciudadana, representante de esa mafia en el Ecuador, desde hace casi dos décadas no ha parado de burlarse del pueblo; hoy, a pesar de la aplastante derrota electoral, lo siguen haciendo con disparatados discursos de fraude, victimismo y persecución, todos y cada uno de ellos llenos de cinismo y soberbia. (O)