Historia del silencio / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión

Contar la historia del silencio me pareció un aporte poco común y útil en el mundo agobiado de ruido en el que vivimos. Por eso, con bastante dificultad, conseguí el último libro de Alain Corbin “Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días” (Acantilado, 2019).

El historiador francés, especializado en lo que se ha denominado “historia de sensibilidades”, recoge con una prosa profundamente elegante, un recuento de cómo se ha entendido el silencio en novelas, poemas y escritos desde el Renacimiento hasta nuestros días.

La novedad de estudiar el silencio reside, según el autor, no en el aumento de la intensidad del ruido en el espacio urbano -que afortunadamente ya está en la mira de los ciudadanos- sino en la “hipermediatización, en la conexión continua y, por ello mismo, en el incesante flujo de palabras que se le impone al individuo y lo vuelve temeroso del silencio”.

El silencio fue visto en otros tiempos como la posibilidad de estar con uno mismo. Y, la habitación, como el lugar íntimo del silencio y una exigencia social que aparece con fuerza recién en el siglo XIX.

El texto relata la obsesión de Baudelaire, Julio Verne y hasta de Proust por el silencio, éste último llegando a recubir de corcho su habitación para encontrarlo. O de Kafka al tener una habitación de hotel que le ofrecía la posibilidad de aislarse y permanecer callado.

El autor lo encuentra en las catedrales y las cárceles, donde es la norma, en la naturaleza y hasta en la liturgia. El silencio no solo como la ausencia del ruido, sino como la condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo, de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación y, sobre todo, como el lugar interior del que surge la palabra.

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