Memoria de una infancia: Entre el juego y la risa / Jéssica Torres Lescano

Columnistas, Opinión

Nuestro relato de hoy comienza con un hallazgo documental obtenido del periódico Crónica de 1954. El retrato de una niña con el titular de «Hoy será exaltada reina del carnaval del Liceo Eugenio Mera en un acto especial» fue motivo de nuestra atención. Se ha dicho que el historiador es una especie de detective, así que acto seguido, fuimos tras el rastro de la niña. Entre llamadas telefónicas y algunos contactos dimos con su paradero.

Al observar una foto actual logramos distinguirla por un rasgo característico e inconfundible: su sonrisa. Doña María Antonieta Gómez Sánchez actualmente vive en Quito y tiene 78 años de edad. En una conversación por teléfono nos cuenta su niñez. Su infancia transcurrió en el barrio del Mercado Modelo (antigua Plaza Colombia) en la casa de sus abuelos, Tomas Sánchez y América Sánchez. El día a día transcurría entre las clases, los deberes y los juegos que los describe así:

“eran dos jornadas llegábamos más o menos 4 o 5 de la tarde a la casa, y generalmente veníamos con hambre, nos tenían una tacita de leche y a veces hacíamos chapo […] ya después venía la merienda que era como el almuerzo los tres platos: sopa, segundo y el jugo, ya después de eso bajábamos al patio a jugar, nos reuníamos, había unos inquilinos más o menos de nuestra edad” (Testimonio, 01 de junio de 2021).

Los juegos que recuerda son la cebollita, el lobo, la culebra, las bolas, el balero, la rayuela, la soga, pájara pinta, perros y venados y la elaboración de ollas o pailas con tierra: “una montaña de tierra, y luego con el codo hacíamos unos huequitos, poníamos agua y luego que ya estaba hecha la ollita” (Testimonio, 01 de junio de 2021). De esta forma, los juegos en los espacios como los patios de las casas, las calles o los parques se transformaban en sitios de socialización de la niñez ambateña.

En términos historiográficos, las investigaciones relacionadas con la infancia son recientes. La ausencia de fuentes escritas con las voces de niñas y niños ha conllevado que su presencia “en la historia ha sido una auténtica «presencia oculta», lo que dificulta enormemente la tarea del historiador cuando quiere identificar sus huellas, ya que casi siempre éstas se confunden con las de la vida de los adultos” (Salinas Meza 2001, 11). Los testimonios como los de doña María Antonieta están permeados por las experiencias a través de los años entre la nostalgia, la alegría y la memoria. (O)

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