Hermosa viejita / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


MEDICINA INTEGRATIVA ORIENTAL

Uno de los más jóvenes motivadores de Latinoamérica, nos ha sacado lágrimas escribiéndole a ese ser maravilloso, así:

“Desde tu vientre se formó esta pequeña historia, sentía tu corazón y desde tu espíritu sé que me escuchabas. Te acompañé desde tus primeras luchas y desde siempre sentí que tu valías la pena como amiga, como madre, como mentora y como reina. No me podía perder una vida sin haber sido educado por ti mamá, mamita, hermosa viejita, cuantos nombres y apodos te he dicho ángel mío, pero ninguno llena lo que vales y significas para mí. Llamarte Madre te queda corto, decirte hermosa no me alcanza y es que mirarte mamá es mirar a un ángel, quiero darte las gracias, aunque sé que me dirás: Hijo, esa era mi responsabilidad, te traje al mundo para amarte y cuidarte, no para que me des las gracias. Pues yo te digo que estás equivocada mamá, cómo no decirte gracias si me llevaste por nueve meses en tu vientre, pusiste en blanco tus ojos y pujaste con dolor mi cuerpo pequeño y te voy a decir más y más porque te debo tanto. Me leíste cientos de veces mi cuento favorito, me diste de desayunar más de 7 mil veces. Me tendiste la cama durante todas las mañanas de mi juventud, me enseñaste a amarrar mis zapatos, a limpiarme la nariz, me enseñaste que un puño cerrado se usa para sostener fuertemente no para golpear. Me enseñaste que yo era un león, pero sobre todo me dijiste como rugir y cuando rugir, me enseñaste que la vista no sirve sin visión, que el amor es un pacto y una decisión, me enseñaste que la receta de la vida lleva muchas cosas, pero sobre todo lleva “¡huevos!” Me enseñaste a perdonar y a vivir libre de cargas. Me enseñaste a no vender mi paz por un puñado de monedas, a convertir una casa en un hogar, a que el que quiere puede y el que no, busca una excusa. Me enseñaste a agrandar primero mi espíritu antes que mi billetera, me enseñaste gratitud, honor, mansedumbre, humildad y sabiduría mamá. A llegar puntual y aceptar mis errores, a no claudicar y darme una tregua, me enseñaste a servir, a dar y aprender a recibir. Me enseñaste a ser rebelde con un propósito. A callar y a no decir lo que no quería. A amar, y que importa más la pasión y la disciplina que los talentos, me enseñaste a no lamerme en las heridas. Me enseñaste que lo más importante es Dios. Soplaste las velitas de mi primer pastel, me diste medicinas y cuidaste gripes, preparaste mis postres cientos de veces, me defendiste ante muchos, trabajaste muchas horas para darme de comer. Me hiciste reír hasta que me duela mi “barriguita”. Me levantaste en tus brazos cuando tuve miedo. Me acariciaste durante horas mientras que yo dormía y soñaba. Sonreíste, aunque estabas enferma, te quitaste el pan de la boca y lo pusiste en la mía. Me diste valores y moral, me llamaste hijo y lo cumpliste más allá del título. Por ti descubrí el amor y me hiciste un hombre responsable y amoroso. Me consolaste cuando me rompieron el corazón. Alentaste mis talentos y puliste mi carácter. Aguantaste mis cambios de edad y todas las estupideces que te hice.

Hoy me amas como si nunca me hubiera equivocado, me soportaste mientras subía el volumen en mi habitación. Cosiste mis pantalones cientos de veces, me enseñaste usar el bus y a llegar por mí mismo a los lugares, no dormiste por esperarme, lloraste mis fracasos y mis dolores como si fueran tuyos. Estuve enfermo y tus besos me curaron, te veía triste y preocupada y siempre respondías: ¡estoy bien! Dios nos cuida. Me diste regalos y el regalo siempre fueron tus manos, no lo que me entregabas. ¿Ahora te queda un poco más claro madre mía porqué cualquier nombre te queda corto?

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