GUERRA DE ALMOHADAS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Pocas cosas me provocan reír a carcajadas cuando reviso las redes sociales. Un tipo, por ejemplo, sube videos entregándole una almohada a cualquier persona que encuentra en la calle. Confundido, su primera reacción es aceptar la almohada sin saber por qué ni para qué hasta que un segundo después recibe el primer almohadazo, entonces se arma una simpatiquísima guerra de almohadas a la vista de todo el mundo entre dos perfectos desconocidos que luego ríen y se abrazan como protagonistas de tan loca y divertida ocurrencia.

Desde siempre, cuando se trata de competir (en lo que sea en la vida) no han faltado los deshonestos, indecentes, inmorales y hasta los perversos que no escatiman su propia reputación con tal de desprestigiar a su rival y hacerse con el triunfo. Es así que con el paso de los años las contiendas electorales han ido perfeccionando estrategias tan denigrantes como efectivas para convencer a los incautos: el engaño, la mentira, la manipulación. Hoy por hoy con las redes sociales y el internet es aún mucho más fácil lograrlo.

En este sentido y sin duda alguna, desde hace catorce años el Ecuador ha sido testigo recurrente de las campañas electorales más sucias de la historia, pero particularmente estas dos últimas del 2021 han sido de las peores. De hecho, el candidato correísta no tuvo el menor empacho en bajar a niveles inmundos en la escala de valores para intentar enterrar a su rival. Repitió un sinfín de mentiras e inventos de una vileza única en contra de su contendor con el único propósito de causarle daño. Produjo videos para las redes sociales de asquerosos contenidos que llegaron a provocar repudio dentro y fuera del país, entre muchos otros.

Retomando los videos de los almohadazos, sí, su intención en primera instancia es arrancarnos una sonrisa, pero si miramos bien, también nos enseñan que atacar no necesariamente significa ofender, deshonrar o humillar, atacar mas bien podría entenderse como la gran oportunidad para presentar lo mejor de nosotros, nuestro lado noble y de esta forma ganar cualquier discusión.

Y no, no digo que una contienda electoral deba convertirse en una guerra de almohadas, ni faltaba más, pero tampoco en un campo minado donde el odio, la mala fe y la perversidad estallan sus bombas a cada paso.

Lasso ganó a pesar de que debió enfrentar las mismas condiciones y características de primera vuelta ya descritas, y con doce puntos por debajo de Aráuz. ¿Por qué entonces su despunte arrollador en segunda?, lo veremos en otra entrega. Por lo pronto, la lección aprendida es que incluso en las más duras contiendas (sobre todo en política) siempre hay que mantener el fundamental principio de la guerra de almohadas: la nobleza.

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