Guapos eternos / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

La «novedad» nos llegó del norte del continente. Allí hace muchos años que pintan el cadáver de Mary o de Jhon, para que esté más en ambiente. Como vivimos el contagio de la globalización, ya pintamos también a nuestros muertos. Mejor dicho, “nos dan pintando», porque no es asunto que Carmita va a salir a un compromiso, se planta frente al espejo y hace una docena de muecas para que el «rojo» calce en los labios. Cuando Elena ha cruzado al más allá, ya no colabora con el maquillador. De todos modos, los expertos consiguen poner a la difunta en condiciones de presentarse y, de paso, despluman a los dolientes de unos buenos dólares.

Ese optimismo necio que niega la muerte como niega el cáncer de algún potentado, nos ha traído la moda de barnizar y alicatar al fallecido siquiera para que sonría a las visitas; «Si parece que está dormidito, nomás”.

Y ya están las familias pensando a ver de qué pintamos a la abuelita cuando llegue la hora, si de Libertad Lamarque, cantante y actriz de telenovelas o de Madona, mujeres que tanto gustaban a la abuela. Porque al abuelo no hay duda de que tenemos que pintarle negro el mostacho de Pancho Villa, o bien el bigote reducido hitleriano, que se le ha ido poniendo más blanco que la barba de Noé.

Bueno, esto de la tanopraxia (pintar los muertos) es lo que ha venido después del bricolaje y la unión libre, una cosa que va a tener muy distraídas o preocupadas, según el caso, a las familias, ahora que algunos políticos ya nos cansan el divorcio se está yendo de las manos, porque no es más que volver a empezar otra unión.

Pero hay otros muertos, los muertos políticos, los muertos vivientes, que se pintan solos, y no meramente para «afanar», como diría la abuela: «ese se pinta solo», sino para aparentar semblante de «yo no fui» en el mercado de imágenes.

Y así vamos contemplando el desfile de los «pintados». Grandes muertos pintados, muertos políticos que gracias a la tanopraxia todavía se pasean por los periódicos, la televisión, por el «amparo constitucional» y la cuatricromía de la vida nacional; es decir la tricromía, más un gris o un negro…

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