Gobierno de los insensatos / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

“En 1704 es internado en Saint-Lazare cierto abad Bargedé: tiene 70 años y ha sido encerrado para “ser tratado como otros insensatos. Su principal ocupación era prestar dinero con gran interés, y medrar con las usuras más odiosas y más denigrantes para el honor del sacerdocio y de la Iglesia. Fue imposible convencerlo de que se arrepintiera de sus excesos y de que creyera que a usura es un pecado. Él considera un honor ser avaro” (Foucault, p, 215).

La cita nos lleva meternos en la semiósfera de los que buscan el enriquecimiento como única razón de su vida. Su objetivo de pasar por este mundo ya no está en buscar el paraíso en ultratumba. Se han alejado de la espiritualidad tramposa y se han dado a la tarea descarada de medrar esquilmando a los sometidos a sus voracidades, para fabricarse paraísos en tierra. Se dicen y se califican cristianos amantes del prójimo, para sintonizar a ingenuos; pero no pasan de ser unos insensatos que, según definición etimológica, significa que han extraviado la razón y por lo   tanto son solo tontos y faltos de un sentido de integridad de la razón. Por eso cometen los excesos que llegan hasta la criminalidad, conforme lo practican los vinculados a los negocios ilícitos, a más de quienes se enriquecen por vía política en las redes de corrupción de los Estados.

Quienes, según mi lectura, comentan la conducta del abad del ejemplo,  dicen que “sigue siendo impío cuando razona y absolutamente imbécil cuando deja de razonar”. El problema de la insensatez se evidencia como un concepto histórico de doble criterio: el religioso y el civil. Por ello, hablar de este concepto de insensatez nos vincula más al sentido religioso que al administrativo civil. Pero he aquí que no hemos superado la mentalidad medieval, porque, por ejemplo, para llegar al poder, los usureros ponen de plataforma que son cristianos, humanitarios, amantes de los pobres, y enemigos de los diablos del otro bando de sus ideologías conservadoras.

Veamos otro ejemplo: “Durante la guerra de Sucesión de España se había mandado a la Bastilla a cierto conde de Albuterre. Él afirmaba ser heredero de la Corona de Castilla (o sea un predestinado al poder): ´pero por exagerada que sea su locura, su habilidad y su maldad van aún más lejos: asegura bajo juramento que la Santísima Virgen le aparece cada ocho días: que Dios le habla a menudo frente a frente…Yo creo que…preso debe ser encerrado en el hospital por toda su vida, como un insensato de los más peligrosos…´”. Estos locos o insensatos con afán de poder son capaces de presentarnos predicando promesas que han servido para evaluarnos como  electores de la imbecilidad. Eco nos advertía que los imbéciles, desde el punto de vista de la masa, son los débiles en grado sumo. Dejó dicho que los imbéciles de clases selectivas son muy solicitados  por la vida mundana. “El imbécil no dice que el gato ladra, habla del gato cuando los demás hablan del perro”. Y una perla más: “El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento.” Aquí toca decir: ¿Cuál es mi casilla?

Si la sociedad se nos presenta enferma, una de las causas es la alienación, dicen los estudiosos como Eco y Foucault a quienes ahora releo. ¿Quiénes son los responsables de esta perturbación mental? Por lo menos en nuestro medio se puede decir que hay un incipiente nivel de identificación, pero el poder que ejercen desde pantallas, radios y redes sociales es tan avasallador que estamos palpando el éxito de sus fumigaciones mentales. No hacen falta más encuestas a las masas (que quiero diferenciar del concepto de pueblo) para medir razonamientos. Miremos las ofertas de las “campañas” politiqueras y hagamos reflexión sobre ellas. Haga el ejercicio sobre promesas de sus favoritos y se dará cuenta quién le resulta más insensato. Después no se queje diciendo que le han engañado. Si se dejó engañar es porque argumenta con niveles de estupidez, que según Eco quiere decir que defenderá su tesis con argumentos cojeantes. (O)

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