Ganar en política es perder- Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

Una vez que, en la mayoría de países, las mujeres incursionaron en política, tuvieron que atenerse a las reglas del juego, según las cuales, los partidos pensaban en su participación de forma excepcional. Actualmente, la realidad es otra.

A priori, no debería justificarse la participación creciente de mujeres en el ámbito político, pero no está demás hacerlo. Ningún régimen político o sociedad puede llamarse democrático, si el cincuenta por ciento de habitantes está excluido de ser ciudadanas plenas. Las luchas históricas de las mujeres amplían y cualifican hoy la noción de ciudadanía y democracia.

Aún así, no deja de ser una utopía la participación incluyente y paritaria, en la que mujeres y hombres contribuyan al desarrollo social, no siemplemente rellenando listas de candidatos o colocando nombres para cumplir los artículos de la ley que pide igualdad y alternacia. La verdadera participación igualitaria e incluyente implica un reparto positivo de responsabilidades entre hombres y mujeres.

Los resultados de la últimas elecciones este momento son indiscutibles y la nueva alcaldesa de Ambato y su partido político tienen una responsabilidad gigantesca, frente a sus votantes, al resto de ciudadanos y ante la opinión pública nacional, que estará al tanto de su gestión como mujer indígena. La aceptación de la ciudadanía, no únicamente de sus simpatizantes o partidarios, trasciende el domingo de la victoria. Ganar elecciones no significa tener el poder. Mucho menos, cuando el triunfo es alcanzado con el apoyo de tres de cada diez electores, de apenas el ochenta porciento del padrón general que normalmente se acerca a sufragar a cambio de un certificado.

A partir del 14 de mayo deberá gobernar para la totalidad de ciudadanos: simpatizantes y opositores; empresarios, comerciantes y vendedores ambulantes; ricos y pobres; indígenas, mestizos, afroecuatorianos y “blancos”; citadinos y parroquianos; etc. sin discriminación. 

Aunque, el juego democrático se limita a resolver quien ganó y quien perdió, aplicando la regla de la mayoría, el momento que termina el escrutinio, se apaga la candidatura e inicia el ejercicio arriesgado, desgastante y poco comprendido del poder. La euforia no debe durar más que lo necesario. La nueva autoridad hereda problemas que la ciudad arrastra por mucho tiempo y no dejarán de aparecer otras necesidades. Cuando la gestión no es adecuada, en el juego político, muchas veces, ganar es perder rápidamente cosas tan valiosas, como la popularidad de los adeptos.

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