ENTRE LA IRONÍA Y EL SARCASMO / Dr. Guillermo Bastidas Tello

Columnistas, Opinión

El discurso político resulta ser uno de los mejores modelos lingüísticos en donde se comprueba que la comunicación y el lenguaje no se emplean únicamente para transmitir informaciones sino también para construir, mantener, manipular y modificar relaciones entre los interlocutores sociales.

En todo tipo de discurso político, el emisor, junto con el argumento, son responsables del acto comunicativo cuya finalidad es influir sobre el interlocutor.

Grave situación cuando el generador del discurso es un pícaro, ladino, demagogo, charlatán, embaucador, adulón, populista y el interlocutor es un pueblo ignorante con analfabetismo político.

Las relaciones, los propósitos del poder y la dominación elitista que sirven a los intereses de los traficantes de la política a expensas de los ciudadanos, son escondidas, ocultadas, disimuladas, negadas o bloqueadas de varias formas con el fin de mantener la dominación sobre el intelecto y la racionalidad de la Política.

Es precisamente para el cumplimiento del acto comunicativo cuando en el discurso político se suele encubrir parte del mensaje a través de recursos versados como la ironía o el sarcasmo.

Los discursos parlamentarios gozan extensivamente de la ironía y el sarcasmo para convencer a sus agnados y cognados sobre argumentos que forman parte de las joyas del Parlamento.

El Parlamentario sin olvidarse de su discurso demagógico electoral, continúa con el cansino discurso parlamentario como un orador político que intenta compulsivamente persuadir y convencer a los miembros de las asambleas políticas con el fin de transmitir su ideología.

El político ante la Asamblea y la Sociedad se plantea como objetivo el transmitir credibilidad.

El político se convierte en el gran sabedor del tipo de audiencia que recibe e interpreta su discurso; audiencia, que en el caso que nos ocupa, es la que tiene por delante en el momento de articular el discurso, una audiencia de múltiples niveles, creencia, prejuicios y orientaciones.

 En definitiva, la credibilidad del político no puede desajustarse del análisis discursivo, el cual no tiene sentido sin el contexto inmediato con el fin de acomodarse sumisamente a las expectativas del oyente o electorado con empatía, dulzura, gentileza, pegajosidad, servilismo y zalamería, cuya estrategia fundamental es la persuasión y la seducción de los otros; discurso que, por cierto, estará lleno de creatividad, demagogia, prosa verso y por plagado de cierto grado de ironía o sarcasmo.

La perlas de la Asamblea: “Señor presidente, solicito un receso para irme a comer, el pueblo tiene hambre y el estómago no entiende razones; Señor Presidente, el pueblo ha manifestado que estamos en una crisis económica y por eso solicito a la asamblea el pronunciamiento del alza de sueldos para los asambleístas”, No es irónico ni sarcástico, es la pura realidad de un pueblo oprimido por la inoperancia e ineptitud de sus representantes.

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