Enfoques a nuestros vínculos con la historia del Perú / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión


Pandemias

Cuando aprendemos historia ecuatoriana, el capítulo de la historia  indígena nos han enseñado como si fuésemos peruanos. Ellos y nosotros sabemos lo mismo de los incas. Es más, he visto textos y artículos periodísticos del siglo XIX del Ecuador  que reproducen lo que se aprendía en el Perú. Prueba de ello el atahualpismo y el imaginario reproducido en nomenclaturas de calles, edificios, publicaciones, relacionadas con los incas. El olvido y la postergación a los protagonistas de las etnoculturas que fueron sometidas por el incario, es evidente hasta ahora. Puruhaes, pantsaleos, caranquis, cañaris, etc quedaron en el olvido. El asunto, desde un panamericanismo, me parece coherente.  En donde debemos entrar en desacuerdo es en la manipulación de volvernos simpatizantes de la ideología imperialista. Todo entreguismo a los imperios refleja pérdida de identidad y falta de dignidad. Grave también no poder sustentar una historia fundacional de la Patria.

Según el historiador peruano Fernando Rosas (2012) en su libro Breve Historia General de los Peruanos (1) (Rosas Fernando, Breve Historia General de los Peruanos, Ediciones El Lector, Arequipa 2012), la desintegración del Tahuantinsuyo se produjo con la visión administrativa que trajeron los peninsulares. Estamos de acuerdo en que se quebró la estructura administrativa, – salvando ciertos modelos de tributación por medio de cacicazgos encargados a los mitimaes- añadiré yo de mis investigaciones, puesto que en la zona centro andina ecuatoriana los caciques sureños quedaban investidos de tales y autorizados para funcionar con sus privilegios.

Importante transcribir lo que al respecto apunta el historiador Rosas:

“Una segunda y muy grave consecuencia del contacto con los europeos fue la crisis demográfica iniciada en el siglo XVI. Se ha calculado que en 1530 había en el territorio actual del Perú alrededor de nueve millones de habitantes, que se redujeron, hacia 1620, a unos seiscientos mil. Aunque las cifras pueden ser discutibles, la disminución se debió en buena medida a las enfermedades hasta entonces desconocidas que trajeron los españoles, que desencadenaron luego  verdaderas pandemias originadas desde la década de 1520. Durante ese año habrían llegado al territorio peruano la viruela y el sarampión, contra las cuales los nativos no tenían defensas. Únicamente durante el siglo XVI se tiene noticia de por lo menos diez y ocho pandemias  en los ámbitos del Virreinato del Perú. La más seria tuvo lugar  entre 1585 y 1591, y parece haber sido una combinación de varias enfermedades. Según cita el etnohistoriador  Nathan Watchel, el cronista padre Arriaga observó que “el cuerpo de las víctimas se cubría de pústulas; éstas obstruían la garganta impidiendo el paso de los alimentos y consumían los ojos; los enfermos exhalaban un olor fétido y se hallaban tan desfigurados que solo podían hacerse reconocer por su nombre””(p. 112)

Del concepto hispano de encomiendas pasemos al de mitayos. Los indios sometidos a diversos servicios pasaron a ser mitayos, aunque el peor de estos sometimientos fue hacia las minas. Como los indios huían de sus pueblos para evitar esta esclavitud, cuando se los vuelve a recapturar y a ponerlos en los registros censales, aparecen bajo la categoría de “Forasteros”. Según este historiador habría dos razones para que los indios aparecieran bajo esta denominación: la primera se debe  a que los indios desplazados de sus etnias de origen pasaban a las encomiendas de distinta geografía a la de origen de los esclavizados; y la segunda, a la que hemos dicho, que corresponde a los recapturados fuera de sus llactas nativas. “Una vez estabilizados los movimientos migratorios, las visitas censaron a los huidos bajo la categoría de forasteros”. (p.124)

Deja una respuesta