El Señor del Terremoto / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

Se asegura que debieron traerlo antes del devastador terremoto del 4 de febrero de 1797. Esa imagen no hizo nada para salvar a más de 320 personas entre los que figuraban sacerdotes, nobles y plebeyos que convivían en la población. Decían que los indios no se cuentan en estos casos sino cuando son necesarios para las haciendas y como tributarios. Entre semejantes sacudones que pegó la tierra, se desplomó el cerro del frente del pueblo. Seguro que vinieron avalanchas de lodo de tantos deslaves ocurridos por todas las quebradas, tal como había ocurrido unos cien años antes cuando se recuerda esas que bajaban del Carihuairazo que se había reventado el 20 de junio de 1698. ¡Y qué decir de los aguaceros!

Los ríos como el Ambato, el Culapachán, el Pachanlica y otras quebradas, otra vez habían quedado taponados en varios tramos, como también el río de Patate en esta catástrofe de 1797. Luego vinieron los desfogues y las avalanchas que lo sacaron de madre y terminaron de arrasar lo que había quedado del poblado antiguo que pasó a llamarse Patate Viejo, el que estaba ubicado muy cerca de las llanuras de las haciendas de San Javier y La Merced.

En ese tiempo, antes del terremoto vivía en una iglesia de piedras El Señor de la Pasión, al que los curas lo llamaban también Ecce Homo. Los indios le conocieron a ese Cristo, sentado en una silleta vieja con una terrible corona de espinas y en vez de cetro de rey, con una caña del lugar. Inspiraba lástima verlo flagelado y ensangrentado, lleno de llagas por todo lado. Su mirada triste era la misma que tenían los indios y los negros cuando eran castigados en esas mismas haciendas, en el tronco de flagelar. Los hacendados le tenían de muestra para que los indios se resignaran a los sufrimientos que padecían en los latifundios y encomiendas; en los obrajes y batanes.

No se sabe quiénes lo habían traído, de España, como quien dice, para salvarlo de la crucifixión. Algunos especulan que habrían sido los jesuitas quienes llegaron con el Cristo de la Pasión a las capillas de sus haciendas y que después le habrían llevado a la iglesia. Total, en esos tiempos los “santos, las vírgenes y los cristos”, eran  peregrinos que salían de visita a los campos y a otros pueblos a consolar los padecimientos de los feligreses y a recuperar limosnas. 

Los  estudiosos actuales dicen que la edad del Cristo sentado data de unos 400 años, según los indicios de la madera. Pero no faltan quienes opinan que pudo haber sido un Cristo quiteño, de esos que se hacían con cráneos de humanos, como se han encontrado en los museos de la iglesia de San Francisco en Quito; y con más razón, porque este Cristo de la Pasión de Patate tiene cabellos naturales  que le caen a media espalda, y que se ha ido renovando con la donación de las mujeres patateñas. Es un Cristo con pelo de mujer. 

En Pelileo y en Patate existe una tradición que ha trascendido en el imaginario popular: “Dios manda los terremotos cuando hay que limpiar la tierra de perversos”. Esta versión se volvió más fuerte después que murió el hacendado Mazorra, el descuartizador de indios, (Baltasar Carriedo y Arce) en el terremoto de 1797. Lo vieron flotando en el represamiento del río Patate, destripado por los gallinazos, cuando en vida él fue el destripador de indios.

El caso es que el Cristo de la Pasión también fue víctima del terremoto. Algunos creen que se quedó en la iglesia para no salvar a nadie de los perversos arrepentidos de último momento. Claro que hay otros datos de este suceso como los escritos por el párroco Mariano García que fue sobreviviente de aquel siniestro y que ha dejado datos en el libro de registro parroquial de ese año. Otros datos están en varios informes de corregidores y capitanes generales de la Audiencia de Quito.

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