El parlamente de los papiones / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Es el final de la tarde, hora de recogimiento, ante la cada vez más escasa luz disponible para mirar por entre las sombras. Tanto, que hasta “la inteligencia” se bloquea y la lengua se agita, en un desmán de presentación a los cuatro vientos. 

El alboroto en la tiniebla intensa de los túneles se hace más evidente. 

¡Ruido! ¡Susurros! ¡Gritos!  

Una que otra insolencia y sobretodo: suspicacia, mucha sospecha y recelo. 

De todo y de todos. 

Ese es el ambiente que reina en el gran agujero que los acoge, dispuestos en espacios asignados previamente, para evitar usos arbitrarios de los bienes de los demás congéneres; los primates catarrinos, conocidos vulgarmente como “papiones”, se camuflan en esa gran madriguera para evitar ser reconocidos y protegerse de intrusos e invasores indeseables, utilizando un arma bastante eficaz: la presencia y convivencia con un ejército de murciélagos con radares y chillidos incluidos, que rompen con la solemnidad del cónclave y, cuando deben, ponen en alerta a todos los que -en las noches- cohabitan en el «Parlamento de los papiones».

Cabe resaltar que el papión es un género de primates de la familia cercopithecidae, conocidos vulgarmente como papiones o babuinos y se encuentran entre los mayores monos del viejo mundo. Esta sola descripción no los vuelve, por cierto, ni más experimentados, ni más importantes en Eritrea, pero eso sí, más juiciosos y precavidos, a la hora de proteger sus huesos de las mandíbulas de sus depredadores. 

En el parlamento ciudadano, en cambio, la depredación política es de tal naturaleza que -por usar un símil- la antropofagia es el más común de los denominadores y su uso; tan frecuente, cuanta ambición expuesta se hace evidente, de tal forma que esa práctica de canibalismo se ha vuelto un hecho común y ha roto la solemnidad del ritual y el respeto a la norma constitucional, legal y de convivencia democrática, para dar paso a una escalada violenta de la ambición desmedida por el poder.

En el ‘ocaso anticipado‘ de un mandato popular legítimo, amalgamado y construido hasta en sus más finos detalles, por la voluntad de una mayoría de asambleístas o parlamentarios de oposición, la voz del pueblo que se dicen representar, es utilizada como elemento distractor, de presión y como ejército acomodaticio de aquellos intereses inconfesables que los junta, por sobre el fragor de sus discursos y las promesas de bienestar a toda prueba, que a diario repiten. 

A diferencia de la primera referencia, en este caso, los que aguardan fuera del cónclave, son los que deben protegerse de la depredación insaciable que cohabita dentro de ese agujero negro conocido como legislatura. 

El atardecer democrático viste de nubarrones que anuncian tormenta. 

En cualquiera de los supuestos que se presumen pudieran ocurrir, los impactos aún son impredecibles. 

La sucesión forzada o la muerte cruzada, parecerían ser las opciones a asumir, al tenor de las expresiones de algunos de los más connotados analistas políticos. 

Muy pocos se decantan por la benevolencia de la razón y la reflexión. 

La única verdad es que la incertidumbre nos mata y la angustia nos junta. (O)

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