El mito de las botas sin costura. 1822

Columnistas, Opinión

Tenemos en el imaginario tungurahuense un mito histórico relacionado con la entrega al Libertador Simón Bolívar de un par de botas sin costura por parte del artesano zapatero quereño llamado Juan Cajas. Para honrar su memoria un lugar de mercadeo de calzado en Ambato lleva su nombre. El dato histórico puntualiza que Bolívar llegó a Ambato un domingo 30 de junio de 1822, día de feria. En el hoy parque Montalvo  que  era plaza, Bolívar elogiaba los artículos de cuero. “El obrero quereño Juan Cajas, pidió permiso para tomar medida de los pies del Libertador con lo cual le trabajó un par de botas sin costura, una obra de arte  que constituyó la admiración de la época” (Nicola, p.143). Según este dato, se lo habrían hecho llegar una vez que estuvieran confeccionadas. No sabemos cuánto tiempo después. 

Se  ha inferido y es argumento del periodismo y de la leyenda popular, como que el zapatero Cajas habría sido el inventor de las botas sin costura. Pero no hay tal según se lee en las crónicas del Inca Garcilaso de la Vega, quien explica que los nativos usaban de los pescuezos de llamas y huanacos para hacer su calzado. El zapatero Cajas  fue parte de esta herencia y tradición histórica que habría impactado al Libertador, de hacer botas de los pescuezos de las llamas.

Leamos la cita que la tomo del lingüista Octavio Cordero Palacios, y nos daremos cuenta que los zapateros del incario ya hacían las famosas botas sin costura, seguramente ya perfeccionadas por el zapatero Juan Cajas.

“Huanacu-llama.- Ganado mayor pero manso. El huanacu era bravío.- “Los animales domésticos que Dios dio a los indios del Perú, dice el padre Blas Valera, que fueron conforme a la condición blanda de los mismos indios; porque son mansos, que cualquiera niño los lleva donde quiera, principalmente a los que sirven de llevar cargas. Son de dos maneras, unos mayores que otros. En común les nombran  los indios con este nombre “llama”, que es “ganado”; al pastor dicen “llama micheg”, quiere decir “el que apacienta el ganado”. 

Para diferenciarlo llaman al ganado mayor, huanacu llama, por la semejanza que en todo tiene con el animal bravo, que llaman huanacu, que no difiere en nada, sino en las colores: que el manso es de todas colores, como los caballos de España,…y el huanacu bravo no tiene más de un color, que es castaño deslavado, bragado de castaño más claro.

Este ganado es del color de los ciervos de España: a ningún animal semeja tanto como al camello, quitada la corcova y la tercia parte de la corpulencia. Tiene el pescuezo largo y parejo, cuyo pellejo desollaban los indios cerrado, y lo sobaban con cebo hasta ablandarlo y ponerlo como curtido, y de ello hacían la zuela del calzado que traían: y porque no era curtido, se descalzaban al pasar los arroyos, y en tiempos de muchas aguas, porque se les hace como tripa en mojándose.

Los españoles hacían de ello riendas muy lindas para sus caballos, que parecen mucho a las que traían de Berbería. Hacían así mismo correones y guruperas para las sillas de camino, y látigos y acciones para las cinchas, y sillas ginetas…En mis tiempos había en aquella ciudad (Cusco) para este acarreto, recuas de a 600, de a 800, de a mil y más cabezas de aquel ganado. Las recuas de a 500 cabezas abajo no se estimaban. El peso que lleva es de 3 a 4 arrobas: las jornadas que caminan son de a 3 leguas, porque no es ganado de mucho trabajo: no les han de sacar de su paso porque se cansa y luego se echa en el suelo y no hay cómo levantarlos, y si llegan a ellos para alzarlos, entonces se defienden con el estiércol que tienen en el buche, que lo traen a la boca y lo escupen a los que más cerca se hallan, y procuran echárselo en el rostro antes que en otra parte. No tienen armas con qué defenderse, ni cuernos como los siervos…” (p.97). (O)  

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