El juego de los aguinaldos / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Todo invita a pensar en que la semana de la celebración fundacional de la capital ecuatoriana, setenario movido y elocuente, festejada hasta el límite de la imprudencia y desenfreno, influirá en las decisiones que se adopten respecto de la pandemia y de festividades futuras, pero hay que reconocer que fue también un espacio pródigo en decisiones, aunque aisladas, relacionables y de respuestas institucionales que cierran -temporalmente- apetitos voraces y pretensiones políticas altisonantes que, aunque no modifican para nada las previsiones que se tenían desde antes de la inscripción de candidaturas presidenciales, son molestas y perniciosas. 

En ese mismo lapso se incrementan los sicariatos, se adicionan nuevas hospitalizaciones por contagios y se evidencia el auge de la inseguridad ciudadana y la inexistencia de medicamentos en las casas de salud, necesarios para atender las dolencias recurrentes de la población. Son realidades que demandan urgente intervención y acompañamiento.

Ahora bien, expuesta y abierta como ha sido, la caja de «Pandora», papeles y evidencias supuestamente acogidos en su seno, resultaron ser más volátiles que los suspiros y su consecuencia, predecible y ajustada al rigor de los cánones jurídicos, terminó por confirmar una verdad invariable en el tiempo, que no hace sino ratificar que los nuevos horizontes no alejan los temores de la memoria.

Como quiera que fuere, el mundo se redescubre todos los días y hay que poner buena cara en cada mañana para poder avanzar hacia la mansedumbre del ocaso que facilita el sueño y aviva el recuerdo. Es, como presenciar un encadenamiento inevitable de pantallas superpuestas que apaciguan y difieren, que se reactivan y amenazan. Es, parafraseando el término, la crónica de una democracia que se sucede, independientemente de los obstáculos y las trabas que se interponen en su camino. 

El clima navideño, por ahora, se transmuta en tregua y se respira una paz que se sostiene entre la incertidumbre y la expectativa. 

Por eso el juego político es interesante y hasta cautivador -en el buen sentido- y sus manifestaciones resultantes son de lo más inverosímiles, inesperadas e impactantes. 

Tanto, que las demandas sociales y gremiales apenas si están en un estado de inmanencia, mientras las político-partidistas, dejan traslucir un aparente entendimiento, balbuceado por unos y negado rotundamente por otros. De por medio, el grupo de la “amable conciliación o ruptura” según convenga, fiel a su línea de oportunidad a toda prueba, se yergue con una propuesta intrascendente y capta adhesiones de una mayoría que siente que concretaron un “final feliz” al desaguisado o, alcanzaron un “aguinaldo” anticipado. 

¡Nada, más fuera de lugar que eso!  

Los rumores sólo podrán confirmarse a futuro, en tanto las sospechas se hagan realidad. 

Por cierto, el exhortado no tiene -legalmente- ninguna obligación y menos interés de aceptar el ruego que le han formulado para visitar a los asambleístas; y estos, deberían dejar de imaginar -esa decisión presidencial- como la evidencia de la existencia de algo, que ni ellos mismos saben de que trata.

Suficiente sería acceder a una copia del informe definitivo del Contralor para saciar su avidez, pero no. ¡Son patéticos por convicción!  

Finalmente cabe recordar que cuando se pone el dedo en la llaga, lo más probable es que la mano se manche y el ego se aquiete.  (O)

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