El exceso de información / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión



Uno de los aspectos que hemos visto crecer de manera desproporcionada en esta pandemia, es sin duda la cantidad de información que recibimos de todo tipo y en cualquier momento.

Buena parte de esa información tiene que ver con especulaciones que van desde lo medianamente racional hasta lo francamente disparatado. Lo que llama la atención es que tanto las unas como las otras cuentan con público suficiente, como para alentar o desacreditar cualquier propuesta.

Al parecer vivimos sedientos de noticias y novedades, pues un mensaje que llame la atención en alguna de las redes sociales, inmediatamente es replicada por el resto regándose rápidamente hasta convertirse en viral. Muchas veces su impacto llega a ser tal que los efectos de su contagio pueden ser más devastadores que los de un virus biológico.

Nos parece que esa necesidad casi enfermiza de quienes buscan informarse en todo instante sobre lo que ocurre, tiene como origen una enorme inseguridad personal la cual busca ser cubierta con elementos externos de soporte psicológico.

Es importante recordar que en general la información no es neutra, es decir que todo mensaje lleva consigo una ideología y un propósito. Por lo tanto, no cabe suponer que aquello que nos llega a nuestros celulares o través de los medios de comunicación, sea algo verdaderamente objetivo pues eso simplemente no existe en una sociedad como la actual.

Detrás de cada mensaje hay una forma particular de ver y presentar las cosas, generalmente cargadas hacia uno u otro lado con el fin de afirmar o desprestigiar una determinada postura.

Más aún hay que entender que detrás de estos medios existen intereses muy grandes de carácter político, económico, religioso etc. ante los cuales poco o nada se puede hacer, salvo el mantenerse fuera de sus obscuros juegos de poder.

Precisamente, en lo que menos uno debería convertirse es en una ficha más de esos juegos por lo que hay que evitar reproducir sin más, cualquier información que llegue a nuestras manos. Tenemos que aprender a verificar las fuentes de aquello que recibimos y si esto no es posible, lo más adecuado es no reenviarlo.

Esto implica asumir la responsabilidad de lo que emitimos hacia los demás, entendiendo que en el momento que reproducimos algo estamos avalando su contenido, así que conviene leer con tranquilidad esos textos e incluso reflexionar sobre ellos antes de tomar la decisión de pasarlo por las redes o a través de nuestros correos electrónicos.

En la medida en que no lo hagamos, esos obscuros intereses crecerán como lo han venido haciendo desde tiempo atrás. Ya en la antigua Grecia, el filósofo Platón nos advertía sobre la presencia de los “amos de la caverna” así que al menos no caigamos en ingenuidades.

Hay preguntas básicas que deberíamos hacernos antes de reenviar cualquier mensaje: ¿a quién conviene esto?, ¿a quienes perjudica?, ¿quiénes y qué ganan con ello?… en fin, tenemos que cuestionar la validez de lo que recibimos y enviamos. (O)

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