El Día del Padre / Luis Alfredo Silva Zambrano

Columnistas, Opinión

En nuestro país, El Día del Padre, se celebra el tercer domingo del mes de Junio; es la oportunidad de compartir, con mis amables lectores, dos historias que encontré en el libro»Una Pausa en tu Vida»; para que lean, mediten, reflexionen y saquen sus propias comclusiones.

«CRUEL Y DESPIADADO». Don Roque era ya un anciano cuando murió su esposa. Durante largos años había trabajado con ahínco para sacar adelante a la familia. Su mayor deseo era ver a su hijo convertido en un hombre de bien y respetado por los demás, ya que para lograrlo dedicó su vida y su escasa fortuna. Don Roque llamó a la puerta de la casa donde vivía su hijo con su familia. Hola papá que milagro que vengas por aquí, saludó el hijo. Gracias hijo, sabía que podía contar contigo, pero temía ser un estorbo. Entonces no te molestaría que me quedara a vivir con ustedes. Me siento tan solo, dijo al padre. Si claro pero no se si estarás a gusto, tu sabes, que la casa es chica, mi esposa es muy especial, le respondió el hijo. Mira hijo si causo muchas molestias olvídalo. No te preocupes por mi, alguien me tenderá la mano, dijo en tono triste y desilusionado el padre. No padre. No es eso, solo que. No se me ocurre donde podrías dormir, a menos que no te moleste dormir en el p~tio, le ofreció este hijo. Bien dormir en el patio está bien, hijo, se resignó el padre.

El hijo de Don Roque llamó a Luis, su hijo de doce años. Mira hijo, tu abuelo se quedará a vivir con nosotros. Tráele una cobija para que se tape en la noche. Va a dormir en el patio, no quiero que nos incomodemos por su culpa, ordenó el padre de Luis. Luis subió por la cobija y la cortó en dos. En ese momento llegó el padre de Luis y dij!\ Que haces Luis por qué cortaste la manta de tu abuelo. Sabes que estaba pensando en guardar la mitad de la cobija para cuando tú seas viejo y vengas a vivir en mi casa, contestó su hijo».

«CARTA A UN HIJO. Hijo; el día en que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme. Cuando derrame la comida sobre mi camisa y olvide como atarme los zapatos, recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas. Si cuando platiques conmigo repito y repito mil veces lo mismo no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño, para que te duermieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerraras los ojos» …

«Cuando me veas inútil e ignorante ante las cosas que tu sabes y que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo necesario para no lastimarme con una sondrisa burlona o tu indiferencia. Siempre participé en la educación que hoy tienes para que enfrentes la vida tan bien como lo haces. Y si me fallan las piernas por estar cansadas dame una mano fuerte para apoyarme, como lo hice yo cuando comenzabas a caminar. Compréndeme. Dame amor y paciencia, que yo te devolveré amor y sonrisas». (O)

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