El cosmos humano / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

 

Pese a todas las teorías promocionadas a través de los tiempos, solamente en los últimos siglos empezamos a encontrar puntos realmente notables, escritos sobre el origen y la naturaleza del hombre.

Por ejemplo, las leyes han llegado a nosotros de viejas costumbres y leyendas folclóricas basadas en ideas primitivas sobre la procedencia del hombre, su capacidad y responsabilidad.

Generalmente se asume que el hombre fue creado como ente distinto de todo el resto de vida animal. Que solo el hombre fue dotado de alma, con poder de diferenciar el bien del mal. En el comienzo el hombre fue un ser perfecto, pero cedió a la tentación y desde entonces ha sido el sujeto de una competencia perpetua entre los poderes de la luz y los poderes de la oscuridad, por la posesión de alma.

El hombre no solo que reconoció el bien del mal, sino que fue dotado con libertad de voluntad. Tenía el poder de escoger entre perversidad y moralidad. Cuando cometía injusticias, deliberadamente, las ejecutaba como producto de un corazón abandonado y maligno, pues los hombres estaban dotados de ese poder. Sin embargo, también se escribió que todos los hombres eran responsables de sus actos.

El hombre es el producto de la herencia y el medio ambiente. El actúa de acuerdo a como su maquinaria responde al estímulo exterior, situación ampliamente probada por la evolución y la historia del hombre.

Cada acción del hombre es causada por un motivo. Ya sea que su acción sea sabia o no, por lo menos la finalidad es lo suficientemente fuerte para moverlo. Si dos o más motivos empujan en diferentes direcciones, el hombre obedecerá al más fuerte, no al más débil.

Este no es un cosmos donde los actos resultan por casualidad. La ley está en todas partes. Cada proceso de la naturaleza y la vida es una secuencia continua de causa y efecto. Hay una causa para la eterna revolución de la tierra alrededor del sol; causa para la sucesión de la siembra y la cosecha, para el crecimiento y el decaimiento. Y, por supuesto, causa para los pensamientos y las acciones del hombre.

Y así ha sido –y es- aun desde que Eva y Adán se susurraron su pensamiento original, encubiertos por las hojas de la legendaria higuera… Y qué decir de nosotros, los humanoides de hoy. Basta mirarnos en el espejo y mirar a nuestro derredor. (O)

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