El avión que perdió valor / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

Cuando parecía que el viejo Legacy presidencial de la revolución ciudadana iba a adquirirlo el gobierno de Colombia, el presidente Duque declaró que no había autorizado la compra de un aparato al que le quedaban escasas horas de vuelo. Dio más valor a los obsoletos aviones de la Fuerza Área colombiana que al legendario artefacto ecuatoriano en el que han volado tres presidentes ecuatorianos, con todas las comodidades y la parafernalia del poder presidencial.

Que continuarán las negociaciones para la venta del Legacy, anunció, con decepción y tristeza, el presidente del Ecuador. Sin embargo, ¿quién va a comprar un avión que perdió valor con las declaraciones del mandatario colombiano?. ¿No sería mejor que le levantara un hangar especial para recordar los memorables y frecuentes viajes presidenciales a los impenetrables aeropuertos de los dictadores Chávez, Maduro, Ortega, Castro?.

Cuando un objeto pierde valor, su existencia deja de importar. La promesa de campaña de vender los aviones presidenciales, no sólo uno de ellos, ha quedado como lo que fue, esto es, una oferta demagógica. Que se venda o no, poco interesa a la gente, asediada por la delincuencia, el desempleo y los altos precios de los productos.

Cuando las cosas tienen valor, es decir, son debidamente apreciadas, se las preserva. En Estados Unidos preocupa que la inflación al alza está menguando el valor del dólar. Entre las medidas consideradas para contener la pérdida de valor del billete verde están, en primer lugar, impedir que el gobierno demócrata de Biden siga monetizando la economía con inyecciones billonarias de dinero, en forma de supuestas ayudas, y, en segundo lugar, subir las tasas de interés para retirar circulante. La inflación, desde esta perspectiva, tiene un origen eminentemente monetario. Con menos dinero en circulación, más valor para el dólar.

Los cónsules romanos valoraban tanto sus anillos que, inclusive, cuando estaban en trance de morir en las batallas, procuraban evitar que sus adversarios se apropiaran de la joya que lucían en sus manos. Es que el anillo no sólo era símbolo de poder, sino que con él se firmaban los documentos. Un anillo sin su dueño se convertía en un instrumento ideal para falsificar órdenes y planes. Aníbal llevaba orgullosamente en los dedos de su mano los anillos de los cónsules a los que personalmente había dado muerte.

En las esferas del poder ecuatoriano urge una redefinición de lo que, realmente, tiene valor. Del avión, lo procedente es olvidarse. Simplemente se quedó sin valor.

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