EL ARTE DE CONVIVIR CON EL MIEDO / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

No estoy seguro de que cambiar el chip, signifique realmente hacerlo, o simplemente reeducar la mente, para habilitarla y ser capaz de distinguir y dar preferencia a lo que es realmente importante.

Pero mientras intento resolver el dilema, la sopa de tomate arrojada sobre los girasoles, sigue marcando rating en redes sociales, desatando hilaridad, burla y hasta admiración. A más de uno también, quizás nos causa pena. Una pena infinita al testimoniar las formas ofensivas a la sensibilidad mundial, que han sido puestas en práctica, aunque en realidad no haya existido la intención de afectar la obra pictórica -felizmente protegida- con un cristal. 

Vincent Van Gogh, de seguro, ni siquiera se inmuta y los demás preguntamos:

¿Será que el activismo es proclive a cambiar el chip? ¿O es que la mayoría no logramos entender el mensaje y terminamos por preocuparnos más del cuadro que del planeta?

Los entendidos, reiteran en dejarnos saber que, en la acción de cambiar el chip, se expresan cuatro deseos:  “Aprender a dar la importancia justa a cada cosa. Tomar las cosas con más calma (y que no me afecten cuando salen mal). Dar a cada cosa su tiempo (o el tiempo justo) y; tomar decisiones sin miedo a lo que piensen los demás”.

Dicho lo anterior ¿qué nos impide cambiar el chip? Muy probablemente el miedo a conocer lo que piensan los demás, dado el bombardeo de amenazas y la multitud de temores que a diario nos generan frente a fallar en los plazos, a los demás, perder la reputación, el trabajo, etc., todo lo cual, nos invade de un alto nivel de estrés, que termina por acrecentarnos inestabilidad, improductividad, inefectividad, insatisfacción y, por cierto, reacciones impulsivas, a veces incontrolables.

Con los pies en la tierra, en un intento retrospectivo cercano de lo que acontece en nuestro país, no creen ustedes que, sería bueno pensar en cambiarnos todos el chip, para abandonar de una buena vez esa negatividad permanente que nos atora, nos limita y nos conmueve a permanecer inmóviles, apenas si expectantes e impávidos.

Cuesta creer que solo demos cabida -en nuestro pensamiento- a la información negativa y no seamos capaces de rescatar algo de lo positivo que de seguro nos sucede y gira en nuestro derredor. Si lo hiciéramos, seguramente seríamos capaces de mirar el cristal que impidió dañar el cuadro de los girasoles y entender las convicciones de los demás y tratar de explicarnos lo que a ellos les mueve a hacer lo que hacen.

Pero también, en la doble vía de la convivencia ciudadana, podamos darnos la oportunidad de evidenciar que aquellos “violentos e incorregibles personajes” que a nuestros ojos son solo merecedores de nuestra resistencia natural y obvia, también pueden (cambiando el chip) llegar a entender nuestra posición, nuestras preocupaciones y nuestros anhelos.

Tenemos un país lleno de posibilidades, pero nos ajustamos a despedazarnos por un capricho de alguien, la demanda de muchos, pero no la de todos. Olvidamos con facilidad los tiempos y las deudas, y terminamos endilgando responsabilidades -todas- al último, antes de cerrar la puerta.

Abrir la mente, como resultado de la acción sinérgica, puede ayudarnos a estructurar colectivamente una simbiosis positiva que sustituya la acción refractaria que nos impide dar pasos sucesivos y certeros.

Escuchemos, entendamos, apoyemos y comprometámonos a ser diferentes y a reconocernos diversos, pero con pensamiento libre, sin ataduras ni imposiciones, para poder caminar juntos, sin tropezarnos ni desplazarnos.

De ser posible, cambiemos el chip.

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