El Alguacil Alguacilado / Dr. Washington Montaño Correa.

Columnistas, Opinión

Suele comentarse, con cierta sorna de por medio, que cuando se juzga los errores, defectos, mañas, manipulaciones, mentiras de los demás y se lo hace con exagerado rigor; es porque saben que esos males cohabitan en sus personas. Y en el argot popular subsiste esta sentencia: “el alguacil es alguacilado” derivado de la obra que publicara Francisco de Quevedo como” El Alguacil Endemoniado” en 1607. Estos eran tiempos de la Santa Inquisición y su lucha contra el demonio, pero resultó vano porque los demonios cohabitan entre los que se creían santos.

Cuántos personajes de nuestra atribulada historia han resultado ser diablos, después de ser candidatos a los altares. En nuestros tiempos vivimos una etapa dura, difícil y es el más vivo ejemplo de cómo acabar preso en la cárcel construida por ellos mismos. En su accionar público, todo alguacil goza de la tarima, micrófono y lengua; asoman con vehemencia como fiscalizadores acérrimos, nacidos con la ley y la justicia bajo el brazo, en vez del pan; tildan, acusan, juzgan, sentencian, un poco más, y llevan a la cárcel a los opositores-traidores-vende patria, trilogía de la que se cuelgan para reunir el requisito de bautizarse como defensores de la Patria.

La abuela decía, “el que mucho habla de lo que hace, nunca cuenta a los que lo hicieron”. Surgieron como los salvadores inmaculados y cobijados por el sórdido izquierdismo castrista-chavista, se embarcaron en una cruzada recuperadora del “poder ciudadano” y comenzaron una cacería, más diabólica que inquisidor en la quinta paila, arremetiendo ferozmente contra los descubiertos opositores y sus familias, no escatimaron esfuerzo en quitar trabajos a padres, esposas, familiares y cundir entre la opinión pública y privada el nombre de estos como nefastos para la revolución y proscritos en su propia tierra.

Al más bajo nivel la otrora majestad del poder, insultó, puso apodos: mediocres, pelucones, caretucos, pelagatos y esta vulgar verborrea, cual reguero de pólvora, incendio los discursos de todos los funcionarios públicos que imitaban, cual clones al susodicho. 

El tiempo pasa y la fuerza revolucionaria que dijo que se iba a quedar trescientos años, se fue desmoronando porque salieron a la luz pública, los pecaditos de codicia, gula y soberbia de quienes poco faltaba para compararse con Bolívar, Espejo, Manuela Sáenz, Eloy Alfaro; tras de las obras asoman sobreprecios, malos diseños, sin permisos de construcción, malos materiales, dolosos contratos; construcciones innecesarias y un gasto en nóminas asombroso.

Los que acusaban de vende patria, la feriaron con longo y todo, peor que gamonal de la derecha. Los que decían que no permitirán la mano negra o el hombre del maletín; resultan negros y sucios que petróleo vendido a los chinos más barato que el sanduche de queso con higo. Y en el colmo de los cobardes, huyeron los que juraron defender la patria hasta la muerte.

Es un orgullo llegar a ser considerado y elegido, pero qué feo resulta descubrirse que no son lo que decían. Ojo, que tras de la careta del ángel de la luz, cohabita el diablo de los mil cachos. Crearon la mejor Constitución, pero le pusieron mucho énfasis en la muerte cruzada. ¿Por qué sería? (O)

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