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Editorial

La profesión periodística es distinta al ejercicio de la difusión de productos en el ámbito publicitario. Los artículos de opinión o editoriales, a través de un mensaje o pensamiento, cuyo escritor los plasma, son ideas muy personales. Se dice que un periodista serio es el que no se presta para leer anuncios comerciales; no obstante, hasta qué punto la ética informativa puede dar cabida a una interpretación errónea por parte de un público.

Cuando se publica un tema de índole político, social o económico propuesto desde la visión de un autor, genera un contexto interpretativo crítico dentro de un colectivo ciudadano basado en la persuasión y el convencimiento directo. La influencia de un escrito varía de acuerdo a la capacidad del lector, quien entiende lo que se transmite hacia las masas, dándose cuenta de la persuasión utilizada pero aquella no logra convencer.

La presencia de una influencia externa ligada a un ‘poder’, no necesariamente de orden gubernamental, sino de un sistema global que busca posicionar una marca, tratará de convencer al consumidor, a través de canales de difusión como por ejemplo los medios de comunicación y los reporteros.

Según Héctor Abad Faciolince, en su ensayo “Las artimañas de la propaganda (y sus vacunas)”, expresa que “la tentación de venderse es continua y fácil. Algunos lo hacen y no se dan cuenta (…) con lectores más educados, esos periodistas que se venden deberían llevar en sus palabras, tarde o temprano, su propia condena”. Con esta cita, se pretende dejar por sentado que la responsabilidad del reportero está en brindar objetivamente una nota, sin recibir nada a cambio, respetando su profesión.

Abad enfatiza que la intromisión de la publicidad frente al periodismo son dos cosas distintas y mientras más lejos una de la otra mejor, ya que nadie es vocero de nadie, pese a que cualquier persona, de manera consciente o inconscientemente, puede caer en la trampa de la manipulación. (O)

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