Dos crónicas cotidianas del imperio Inca / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión



A pesar de que en nuestros planes de estudio se incluyen varios episodios relacionados con el Incario, no siempre tenemos la oportunidad de conocer detalles que muestran el lado humano de una de las grandes civilizaciones de la América precolombina.

Por esta razón traemos a colación dos crónicas de su vida cotidiana: la primera es una anécdota histórica del Inca Pachacutec y la segunda, una referencia al sentido del trabajo en el imperio (fuente: Organización Nueva Acrópolis).

Cuentan las crónicas que el Inca Pachacutec era un rey muy sabio, que gobernaba a su pueblo con justicia. En cierta ocasión encontró un animal que había caído en una ciénaga, de la que con denodados esfuerzos intentaba salir.

El inca, que era un hombre piadoso para con el sufrimiento ajeno, detuvo su comitiva, se inclinó ante el animal en apuros y le ofreció su brazo para que pudiera agarrarse, pero en lugar de hacerlo, tras mostrar sus afilados dientes, mordió ferozmente el brazo del inca, que intentaba salvarle. La reacción del animal indignó a los cortesanos y rápidamente, se aprestaron a matarlo allí mismo.

Pero la sabiduría de Pachacutec supo ver más allá de las apariencias y detuvo aquellas manos vengadoras de sus súbditos. “No lo hagáis – dijo mientras alguien curaba sus heridas -, pues ha reaccionado igual que los pueblos que están sometidos a la tiranía y la explotación, acostumbrados a recibir nada más que injusticias y castigos de quienes los gobiernan, no saben reconocer al principio el trato justo que aliviará sus males. Pero con un poco de paciencia y perseverancia hay que mostrarles que les ha llegado la hora de la liberación”.

Así fue en efecto, pues el Inca, con exquisita delicadeza, acarició la cabeza del animal, le habló con dulzura y, poco a poco, este salió finalmente de la ciénaga. Y cuentan las crónicas que desde entonces fue el compañero fiel de aquel rey legendario, y jamás se apartó de su servicio.

La segunda crónica hace referencia al sentido del trabajo: para ellos el trabajar tenía un aspecto pedagógico, pues cuando alguien actúa por un ideal con convicción, se va purificando a medida que lo hace.

El trabajo entre los incas –y esto llamó la atención a los españoles– estaba generalmente ritmado, se hacía siempre al compás de música armónica. Había un ritmo determinado para cada tarea, cumpliendo siempre un cierto ceremonial, es decir se trabajaba y cantaba a la vez.

Al hacerlo de esta manera generaban un efecto psicológico que les permitía vincularse con su ser espiritual, siendo pues una especie de religión del trabajo.

El sistema de trabajo estaba organizado para dos momentos: el normal, que se cumplía todos los días, y un trabajo extraordinario ante las catástrofes, guerras o concentraciones de tipo religioso. También se sabe que hacían maquetas previo a sus construcciones.

Este sistema hizo incluso que ciertas tierras hoy en día no lleguen a producir, lo que producían en aquel entonces.  (O)

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