Dolor y sufrimiento / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

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Desde una perspectiva psicofísica, el dolor es la sensación ante un daño físico o emocional, que genera una experiencia. La experiencia dolorosa es muy compleja, y pone en marcha mecanismos cognitivos asociados a la corteza cerebral, racional: memoria, aprendizajes, y, de esta experiencia, se genera lo que podríamos llamar sufrimiento. El dolor, por tanto, tiene un sentido más físico, pero también genera una experiencia dolorosa asociada a mecanismos “mentales”, y eso es el sufrimiento.

La naturaleza del sufrimiento es de origen psico-cultural, se ancla y se nutre de lo aprendido, tiene un marco cultural, educacional y no es universal, es decir, no es natural, es una construcción.

El dolor, sin embargo, es universal, general, lo padece cualquier ser humano. Es inevitable porque es consustancial a la vida, e incluso, en la mayoría de casos, aparece para defenderla, para señalarnos un daño o una amenaza a la misma. Es un mecanismo de supervivencia, nos señala la presencia de un daño, algo a lo que atender para mantener y proteger la vida.

En su faceta más emocional, el dolor es el impacto que nos produce una situación vital de cambio (una pérdida, por ejemplo), y éste nos cuesta sostenerlo. No queremos estar en contacto con el dolor, creemos que toda nuestra vida se organiza para no sentirlo. Tendemos a suprimir o a evitar sentir lo que nos causa dolor y también tendemos a desear lo que nos resulta más grato. Entonces, aparece el sufrimiento cuando no logramos suprimir lo que nos desagrada y cuando perdemos lo que nos agrada.
El dolor tiene una duración, un final, y al ser natural, el efecto es la sensación de unión con los demás, de pertenencia, nos une a los otros, a la humanidad. El sufrimiento está creado y mantenido por nuestros hábitos mentales, y tiene como fundamento la evitación del dolor. Al ser una respuesta cognitiva, puede adquirir más intensidad y duración que el dolor. Puede durar indefinidamente, incluso aunque la situación que lo originó ya se haya solucionado. Se puede sufrir por algo pasado, por algo futuro e inclusive por algo imaginario, en cambio el dolor es del presente, del aquí y ahora. 
El sufrimiento es multifactorial, tiene que ver con el ego, se engancha, es adictivo e intenta perennizarse en la persona, victimizándola, haciéndola caer en el en un “masterado” en el gran arte de amargarse la vida, convenciéndola de que tiene el problema más grande la Tierra, y entonces surge el “todo me pasa”, todo es achacado a las circunstancias externas. La causa del malestar está fuera y alguien o algo es el responsable. Desde el lugar de víctimas, nos regodeamos en el daño que nos han hecho, y así, nos sentimos importantes. Así nos quedamos pegados a nuestro malestar. Nuestra propia cultura nos transmite esos valores de una manera implícita (“más vale malo conocido que bueno por conocer”). Nos incita a quedarnos en el sufrimiento, como si sufriendo nos pagaran, como si sufriendo mejoraran las cosas. Viktor Frankl decía: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.” (O)

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