Doble moral / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

La sociedad sufre, pero tolera; desaprueba, pero aplaude; se lamenta, pero celebra; se indigna ante hechos detestables; pero tranquiliza su ánimo ante acciones con resultados infames… Es la sociedad de la doble moral, donde la muerte causa consternación y miedo, pero al mismo tiempo, desagravia y es signo de victoria. 

El país se desangra en las calles y empezará a desangrarse en los centros médicos, que próximamente realizarán abortos por mandato legal. Estas dos formas de violencia cubren el cielo ecuatoriano. En los dos casos, el desenlace es idéntico.

El día de San Valentín, dos cuerpos inertes aparecieron colgando de un puente peatonal en la famosa Zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón) y al día siguiente, una cabeza humana rodó en los exteriores del Puerto Marítimo de Machala. Aunque estas formas de marcar territorio usadas por las organizaciones mexicanas tarde o temprano aparecerán en el Ecuador, los hechos no dejaron de sorprendernos. Las masacres en las cárceles y las balaceras en plena vía pública solamente fueron el inicio del terror y de la ausencia del Estado a la hora de brindar seguridad a la población. 

Si estos hechos marcaron el inicio de una semana violenta, en la Asamblea Nacional se preparaba un atentado contra la vida de seres humanos indefensos, condenados a morir antes de nacer. Este jueves, 75 parlamentarios aprobaron una Ley Orgánica que permite la interrupción del embarazo en casos de violación, después que la Corte Constitucional despenalizara este tipo de aborto meses atrás. Con esta normativa, será legal impedir un nacimiento, fijando como plazo la semana 12 y la semana 18, en el caso de niñas y adolescentes de sectores rurales. Tras la aprobación de la Asamblea, el Presidente tendrá 30 días para revisar la normativa y emitir observaciones o publicar definitivamente en el Registro Oficial.

La doble moral es evidente, cuando se emiten criterios que repudian el crimen, pero se aplaude la muerte, teniendo como justificación la libertad. Esto no es una apología en favor de los agresores, para quienes debe existir una sanción equivalente al abuso cometido, sino un grito en favor de la vida, que constitucionalmente debe ser respetada desde la concepción.  Vivimos en una sociedad de indignados por la matanza de animales en eventos públicos, por el deterioro medioambiental y por la violencia en las calles, mientras tanto, muchos aplauden el egoísmo que lleva impedir el nacimiento de criaturas inocentes. (O)

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