Del Testamento de Sucre. 1830 / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

El concepto que nosotros tenemos de Independencia y libertad, ante esta reflexión, pienso que hay que insistir en reconceptualizarlos. La “independencia” para los libertadores de 1809 al 1822 era quitarse de encima a los petulantes  españoles y a la monarquía. Ahora seguimos necesitando “independencia”, para quitarnos de encima a quienes captaron el poder en su beneficio. Digamos que ahora conviene enfrentarnos con “soberanía”  en todos los campos que cobije el término. 

Luchar por la libertad de los otros, para que dejen las esclavitudes, será siempre un apostolado comprable a una beatificación digna de ser vista como privilegio de almas que nacieron  desubicadas del común de los mortales. Un verdadero libertador es equiparable a un santo que busca redimir el alma de los débiles.

De la cláusula testamentaria sexta que he podido disponer, saquemos las conclusiones de consolidación económica, del marido vinculado a la nobleza quiteña. Sin embargo, lo que más me ha impactado de la conducta de Sucre en este testamento es que no ha movido su esquema mental frente a los negros. Todavía declara por sus bienes  “600 pesos de unos negros de mi propiedad que están en Esmeraldas”. ¿Cómo así que los tiene en Esmeraldas? Si hubiesen sido uno o dos los habría enumerado. Pero al indefinirlos, ha dejado abierto el espectro de la sospecha de que tenía varios. Hay que entender que los negros eran más comercializables. Sin más hay que advertir que una cosa era pelear por la independencia, y otra, tener listas las leyes y las reformas al esquema colonial que prácticamente fue ratificado.         

 “Cláusula sexta.- Mis bienes consisten en mi casa, que antes fue del Marqués de Villarrocha, y que con lo que dejo para su conclusión me cuesta 24.000 pesos, de que 5.320 son a censo, y pertenecen a mi mujer, a cuyo nombre se compró la  casa estando yo en Bolivia. 18.400 que me reconoce a censo, la hacienda de Santiago, perteneciente a los señores Zaldumbide – 600 pesos de unos negros de mi propiedad que están en Esmeraldas – 1.000 pesos que vale  mi cantina de plata. 12.000 pesos en plata que tengo en poder de don Lucas de la Cotera residente en Bolivia, y cuya  obligación se halla entre mis papeles –Doce o quince mil pesos que valen mi espada de brillantes que me regaló la Municipalidad de Lima, y mi medalla de brillantes que me regaló el Congreso de Bolivia – 6.000 pesos que me debe el señor Cristóbal de Armero por los arriendos de la hacienda La Huaca en los años de 27 y 28 y de que rebajados algunos picos que dice él que tiene que cargarme, quedarán a lo menos a mi favor 5.300 – y 206.000 y pico de pesos en que está tasada mi hacienda de La Huaca, situada en el valle de Chancay y del Departamento de Lima, siendo este su valor en el año 1825, y sin comprender las mejoras que haya tenido hasta ahora”.

Las propiedades vinculadas al Mayorazgo de Solanda eran: “Por Pedro Sánchez de Orellana (1735) 1.- Hacienda y obraje Turubamba, por 40.000 pesos. Al sur de Quito (Sur de la Villa Flora  hacia Chillogallo).- 2.- Hacienda San José de Chisinche en Machachi, por 60.000 pesos. Por Aloag. 3.- Varias casas en la ciudad de Quito, por 10.000 pesos. 4.- Hacienda La Calera con potreros y molino en Latacunga, ​ por 23.000 pesos. 5.- Hacienda Conocoto, por 17.550 pesos. 6.- Casas y cuadras de alfalfares en Chillogallo, por 3.450 pesos. 7.- Alhajas y menajes de casa, por 30.000 pesos. 8.- Deudas por cobrar, por 36.000 pesos. Por Felipe Carcelén de Guevara (inicios del siglo XIX)  9.- Hacienda La Delicia, en Cotocollao. 10.- Hacienda Puigche.”

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