De falsos positivos y verdades amargas / Guillermo Tapia Nicola

Columnistas, Opinión

Este es un mundo tan cambiante como el clima, y no solo eso, sino que la evolución misma, sumada a apetencias y facilismos cual sugerente ánimo de progreso y desarrollo, ha hecho que mucha gente confunda patrones de comportamiento y convivencia para alcanzar un escalón en ese mundo irreal y fantasioso de la opulencia y el dinero que deslumbra y se cuela por la puerta de la «desmedida oportunidad» bajo la figura del chantaje, abuso de confianza, asociación ilícita, peculado, robo, asalto, y cuanto delito circundante se afine para provocar, generar, estabilizar y proyectar a la CORRUPCIÓN.

La noticia del día no hace sino recordarnos que miles de gramos de droga, armas sofisticadas y dinero a granel, «encaletado», confiscado o depositado, han cambiado el modus vivendi de quienes pecaron de codicia y se dejaron llevar de la gula, la omisión y la vista gorda, para facilitar ilícitos que, si la sociedad misma no los frena, podrían desencadenar otra Sodoma y Gomorra, por la existencia de ídolos de sal y de barro venerados y ajusticiados, según la orilla en la que se mueven sus pasos.

Entonces las acusaciones van y vienen de un lado para otro.

Del falso positivo a la verdad amarga, como si se tratase del inocente juego «dónde está el florón», patina entre sombras buscando una luz que ilumine la conciencia ciudadana y aporte en favor de la recuperación de valores éticos y morales que se han venido a menos.

Una nueva mirada a la educación, al vecindario y sus costumbres de solidaridad y respeto, sin duda que hace falta; tanto como una invitación a recuperar la familia como hecho generador de la vida en sociedad.

Urgente es la intervención del Estado como salvaguarda de la moralidad y la fe pública, para cortar por lo sano ese desmandarse y delinquir, que se va haciendo cotidiano.

Se necesita mano dura para corregir el rumbo y, una comisión anticorrupción o de “auto fiscalización» como se ha dado el vulgo en llamar a uno de los empeños gubernamentales que suenan como propuesta temática para enfrentar aquel objetivo ineludible, parecería ser insuficiente.

Se requiere bisturí, serrucho, hacha y más objetos afilados y cortantes que remuevan la pus y extraigan el virus contaminante de la ignominia, el desenfreno, la injusticia y el abandono en todos los niveles: públicos y privados, porque el síndrome de la corrupción no se cura con vacunas, acuerdos y reconversiones, ni con sentencias incumplidas y menguas de tiempo, ni confesiones y «colaboraciones» de quienes llevan o llenan el maletín y luego de una corta residencia carcelaria, sin indicar al autor primigenio y menos devolver el dinero mal habido, salen a disfrutar de una libertad que la sociedad cuestiona a viva voz.

Que chocante resulta escuchar y leer a diario eso de «narcolavado», «narcotráfico», «narcogenerales», «narcovalija», «narcopolíticos», «narcociudad», «narcoregión» y más sustantivos compuestos y adjetivos calificativos cuya frecuencia atiborra la vista, el oído, y confunde la mente, si no se acompaña de una adecuada y oportuna intervención e información.

Es momento para privilegiar ofertas de campaña y fortalecer una línea de acción inclaudicable en contra del mal que aqueja a la sociedad ecuatoriana, a la región y al mundo.

El común de los mortales permanece ávido de respuestas y certezas. (O)

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