Contra natura / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Por un elemental sentido de libertad creativa, está bien, hasta cierto punto, que los chiquillos jueguen intercambiando elementos propios de niños y de niñas indistintamente porque obviamente aquello no incide para nada en su posterior identidad sexual. Nada más absurdo suponer que si un niño juega con muñecas y una niña con soldados, más tarde eso les llevará a cambiar sus preferencias sexuales.

Sin embargo, tampoco está mal el permitir e incentivar a que el niño juegue con sus carros y soldados y la niña con sus cucas y muñecas, como ha sido por antonomasia. De hecho, la mayor parte de las veces, por su propia naturaleza, cada quien preferirá jugar con sus artículos claramente sexualizados, por lo que si no quieren usar juguetes que no correspondan a su sexo no hay que obligarlos, hacerlo sería ir contra natura. ¿Ejemplo? No se sorprenda que una de esas madres ‘ultra progres´ de hoy en día que obliga a sus pequeños hijos varones a jugar con muñecas, alguna tarde los encuentre jugando a los espadachines con esas muñecas. Y es que esa es su naturaleza, esa es nuestra naturaleza, es así como los niños ensayamos para convertirnos en primates machos adultos, y como tales, con la responsabilidad atávica de defender a su grupo; y es así como las mujeres ensayan para convertirse en hembras primates adultas con la responsabilidad de cuidar a su prole. Y ni los unos se volverán bélicos y violentos ni las otras en sumisas que solo buscan embarazarse.

Hasta aquí esta brevísima introducción antropológica que me da pie, con su permiso, a enlazarlo con la política ecuatoriana. El presidente Guillermo Lasso desde el primer día jugó contra natura: seguramente le pareció una buena idea mantener en cargos estratégicos y de extrema confianza a cientos de funcionarios correístas, pero el gobierno de Rafael Correa siempre estuvo identificado con los más rancios y escandalosos casos de corrupción y delito y cualquiera que haya compartido o comparta semejante atropello es cómplice, por lo que por elemental sentido de dignidad, respeto a sus mandantes y amor propio ninguno de ellos -ni uno solo- debía ser parte de un gobierno honesto que se supone venía a borrar de raíz tamaña desvergüenza. Permitirlo obviamente fue ir contra natura.

A diferencia de los juguetes compartidos entre niños y niñas por igual, la honestidad y la narcopolítica no son simples juegos inocentes que se puedan juntar ni mucho menos compartir amigable y abiertamente. He ahí su imperdonable pecado señor Lasso. Asuma las consecuencias. (O)

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