Con olor a nostalgia / Guillermo Tapia Nocola

Columnistas, Opinión



 Definitivamente las ausencias abruman, duelen desde adentro, en el alma, en esa energía que abandonada y desprovista del más elemental de los afectos, demanda misericordia y no acierta en una explicación que le permita entender lo que pasa, ni menos encuentra consuelo a su pesar en las reiteradas frases de condolencia que se estila en estos casos. Nada, absolutamente nada, cubre el vacío que produce la muerte y, esta pandemia, está abusando de su prepotencia e invasiva actitud de contagio, para sembrar el caos y ahondar la miseria. En una nación entre cuyas virtudes, no precisamente figura la de la planificación, previsión y observancia irrestricta de la ley y el orden, esta suerte de apocalípticos sucesos -cuando llegan- desencadenan varias rupturas en el tejido social y, en todas, subyace una pérdida de esa memoria colectiva que, sucesivamente se ensaña y se pierde en el señalamiento al más cercano, como la causa-efecto del impasse. Temporalmente rebasadas las posibilidades económicas para responder por la crisis sanitaria y sus secuelas, “la unidad en la diversidad” parece ser -más allá del discurso- el único recurso disponible para enfrentar el tramo más álgido del proceso y, en ese empeño -todos- estamos conminados a juntar el hombro y a abandonar la rivalidad política para salir de esta maraña de insuficiencias y limitaciones. Flaco favor, entonces, desde algunas esferas continuar en la desaprensiva actitud de agresión a quienes, estando en la orilla de enfrente, ya no tienen la capacidad legal, aunque si la moral, de liderar emprendimientos ciudadanos y poner en marcha un capital social incipientemente utilizado y tempranamente abandonado. Ya vendrán los días de hacer valer, con imaginación y persistencia, sus más claras expresiones de contraposición de tesis e ideas políticas. Por hoy, no son necesarias ni saludablemente aceptadas. Guardemos los remordimientos y las angustias pasadas, en el cofre de la solidaridad, para ver si al final, se licúan con un algo de sabiduría y se vuelven respeto. Cuántos de nosotros tenemos y sentimos hoy, muy de cerca, ese dolor afincado en la impotencia y la necesidad insatisfecha, en la falta de atención y la saturación hospitalaria, en la percepción equivocada y alejada de la realidad, en su crudeza. Salgamos del “ostracismo servil” y ocupémonos de ingresar en el “ostracismo civil” para frenar el contagio y aligerar la carga y la demanda médico hospitalaria. De esa forma ayudamos y nos ayudamos también. Entonces seamos civilizadamente actores, primero de un cambio interno, en el ego, en el yo, en la célula social, para luego estar habilitados a sugerir al vecino, al amigo y al rival, similar actitud de novación. Sea este el momento preciso para saludar a la vida y reconocer a la muerte, en tanto dualidad inexorable de la finitud de la existencia. Sea también, por igual, el espacio para enaltecer a quienes no dejan de trabajar y desde la primera línea, nos cuidan, protegen y facilitan estos instantes de evocación y tristeza.

¡Qué así sea!

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