Comentario sobre el libro El reclinatorio de oro / Edgüin Barrera

Columnistas, Opinión

En el libro El Reclinatorio de Oro, Pedro Reino mantiene la estructura y filosofía de sus libros anteriores. A partir de los documentos que logra descubrir en sus investigaciones, arma la trama de una obra en la que amalgama la historia y la creación literaria, la mitología y la sabiduría popular. Su gran capacidad literaria y su ingenio creativo le permiten   -a partir del Testamento del Dr. Dn Manuel Mantilla en virtud del poder de Don Phelipe de del Castillo, sentado el 31 de marzo de 1769 en el folio 52 y siguientes de la Notaría de Joachin Baca, que reposa en el Archivo Nacional de Ambato-  crear historias con argumentos complejos, llenos de intriga y misterio a la vez, en los que presenta hechos tan controversiales y polémicos que, en unos casos de manera prudente, en otros oportuna y en algunos hasta necesaria recurre al contenido de los documentos encontrados para respaldar sus aseveraciones. Como es su característica, nos demuestra que es un erudito en los temas que trata, que sabe lo que dice y lo dice porque sabe.

Se podría decir que a Pedro Reino  le queda corta la frase “De músico, poeta y loco todos tenemos un poco” porque en sus libros se convierte en un verdadero alquimista de la palabra, cuando nos explica el origen etimológico de términos que siempre hemos escuchado y pronunciado más por costumbre que por conocimiento de su significado, cuando describe la vida en nuestros páramos y nos hace tiritar de frío y de dolor contenido con frases como  “A la falda del Cotopaxi y en la madrugada, cae la nieve quebrando los espejos de la soledad, las chozas se tapan sus diminutos pies de chaguarqueros con las plumas de sus cóndores y de sus guacamayas. Cierran las puertas para que no entre el silencio ni huya la resignación.”,  cuando al nombrar a los especímenes más representativos de su flora imaginariamente nos hace sentir su aroma, su tesitura y el vibrar de sus colores, cuando nos refiere a sus mitos y leyendas, que nos contagian del mismo temor que sentimos ante ciertos sucesos bíblicos, de historia o de santos,  nos demuestra claramente que  además de lingüista,  historiador, literato, puede ser también biólogo, botánico, geógrafo, teólogo, mitólogo, hombre de campo, defensor de los derechos humanos, revolucionario y otras minucias más.

En ese contexto, luego de la interpretación de los documentos encontrados y mediante una escritura rica en figuras literarias, va construyendo una obra  contundente, que a más de cuestionar el accionar de miembros de instituciones trascendentales como la justicia, la iglesia y otras, nos describe a profundidad la compleja situación social  que  vivía la sociedad de ese entonces. Leyendo sus páginas nos podemos dar cuenta que las fortunas, el futuro de las familias y de los pueblos, se ha forjado en contertulios de  gente inescrupulosa, a puertas cerradas, tras  los escritorios de las escribanías o de los despachos oficiales; tanto antes como ahora. (O)

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