Carpe Diem

Columnistas, Opinión

Coloquialmente se dice que la mejor manera de guardar un secreto es esconderlo dentro de un libro. Nuestra sociedad, muy acostumbrada a los denominados “secretos a voces”, los utiliza, en cambio, como una forma espontánea de referir comentarios o noticias con sigilo y transitarlos de boca en boca, hasta alcanzar un estado de plenitud cual verdad de Perogrullo.

Algo parecido ocurre con las redes sociales. Se deposita un rumor, una cita o un hecho referenciado en sus páginas digitales; allí permanece, a la vista de todos, aguardando que -con el tiempo- cada persona revele su verdadera esencia: compartiéndolo, asumiéndolo o echándolo en el olvido.

Hasta ahí, lo compartido no reviste mayor dificultad. Pero mientras aquello acontece -paralelamente-, frecuentes informaciones sobre el nuevo orden mundial y su difusión ocupan todas las neuronas posibles y convocan a reflexionar sobre el significado y alcance de frases recurrentes que, en argot periodístico, resultan no solo llamativas sino inquietantes, como: “no estamos en guerra, pero tampoco en paz”.

Y este “secreto a voces” no puede permanecer en el anonimato. Necesariamente debe circular y anclarse en algún lado. Así lo hace, para dar forma a una suerte de posicionamiento sobre el bien y el mal; e, imaginativamente, despliega potenciales escenarios que -en términos de globalización- no resultan demasiado complejos de advertir. Sí lo es, en cambio, asumir la magnitud de sus consecuencias, sobre todo cuando se trata de evaluar las reales posibilidades de crecimiento de un país como el nuestro e intuir la tarea a cumplir por nuestras autoridades para concretar apoyos y reconocimientos que permitan avanzar y ser apropiadamente considerados en ese mundo desarrollado, fantasioso y frenético.

En ese instante, la memoria histórica nos devuelve años atrás para sostener que a los rostros del pasado los hemos visto muchas veces, pero rara vez los hemos reconocido. Y esta afirmación no constituye una opinión fuera de foco. Nuestra mirada, casi siempre fugaz, pasajera y superficial, no nos ha permitido identificarlos con claridad ni comprender a cabalidad sus actuaciones.

Por el contrario, pienso que, si hubiésemos “aprovechado el día”, en los términos en los que el poeta romano Horacio exhortaba a no confiar demasiado en el mañana y a saborear el presente con conciencia y plenitud, seguramente el examen habría sido distinto y la lectura de los hechos, minuciosamente ponderada.

¡Pero adolecemos de ese gusto de juzgar con apresuramiento!

Lo cierto es que ayer, como hoy, estamos llamados a hacer aquello que da sentido a la vida, sin postergarlo indefinidamente; urgidos a honrar la expresión latina carpe diem (vivir el momento), valorar y valorarnos.

Cada vez que menoscabamos algo o demeritamos a alguien y, blandiendo defectos y errores, pretendemos justificar desaciertos o improvisar logros, convendría detenernos y verificar el carpe diem una vez más, antes de lapidar la memoria, estrujar la personalidad o disminuir aquello que comentamos.

Las evidencias, cuando se las conoce y observa con honestidad, ayudan a rectificar apreciaciones falsas o incompletas.

Por ejemplo, noticias recientes revelan posibilidades concretas de mejora en cooperación e inversiones económicas ecuatorianas, fruto de una gestión más eficiente de los recursos del país.

Las pretensiones desestabilizadoras esgrimidas con desesperación en contra del gobierno en funciones, entonces, lejos de fortalecerse, terminan cayendo por su propio peso. ¡Solo era cuestión de tiempo!

Al cerrar este ciclo vital de 365 días, hagamos el esfuerzo de imaginar un mundo mejor desde nuestras convicciones y opiniones reflexionadas. Ello nos ayudará a iniciar un nuevo año, bajar tensiones y comprender con mayor apertura las gestiones que se realizan y los resultados que se alcanzan.

Nos brindará la serenidad necesaria para avanzar -juntos- hacia el cambio, la seguridad y el progreso.

¡Felices Fiestas y venturoso 2026! (O)

Deja una respuesta