¿Cambiar las leyes o las costumbres? 2020/ Pedro Reino

Columnistas, Opinión

En términos generales, estamos viendo y viviendo que somos un pueblo que funciona por las costumbres más que por las leyes. El hábito es más fuerte que la reflexión. Esto ocurre en algunos comportamientos de nuestra cultura, que los podemos agrupar en lo político, en lo religioso, en la salud, en la alimentación, en los modos sociales de la vida, etc. En muchos de estos ámbitos, la costumbre se  ha vuelto atavismo.

Se sabe que la costumbre se adquiere de tanto repetir un acto. Y por eso sabemos que hay buenas y malas costumbres. Esto da para entender que los modos de vida de cada casta social tienes sus propias buenas y malas costumbres. Y cuando hay mayor generalización de estas actuaciones, las costumbres aparecen como marcas nacionales, regionales o hasta estatales. La costumbre entonces se vuelve una ley secreta, un abstracto en el imaginario que se vuelve obligatorio. Si ejemplificamos lo dicho, en lo político por ejemplo, las oligarquías ecuatorianas y  latinoamericanas suelen cambiarnos las constituciones del Estado. Las clases depauperadas dan votos “democráticos” cuando han recibido alguna dádiva: camisetas, baldes, cajitas de fósforo que no encienden, licor, balones, libras de arroz, avena, abrazos y besos de los señores. Es una costumbre dar y recibir.

En lo religioso, si somos católicos, vamos a misa más por costumbre que por fe. No se va por buscar perdón o perdonar. Comemos fanesca en semana santa por costumbre y tradición, más  que por reflexión de averiguar de dónde salió esa ley tan extraña. Alterar esto no es fácil según el nivel intelectual de la gente. Y así podemos poner más ejemplos según los ámbitos de nuestra manera de vivir.

Leyendo a Montesquieu me encuentro con que dice: “Es muy mala política cambiar por medio de leyes lo que deba ser cambiado por las costumbres.” También dice que si un gobernante quiere hacer cambios en su nación, debe cambiar con nuevas leyes lo que está  hecho con leyes; y por nuevas costumbres lo que está hecho por viejas costumbres.  Y Aquí viene una pregunta: ¿Nuestros modelos de gobiernos nos proyectan imaginarios de honestidad o de corrupción?  ¿La impunidad es una costumbre en las esperas judiciales? ¿Los desacatos a la Constitución vigente, son una costumbre de quienes llegan al poder? ¿Qué categoría tienen los sobornos? ¿Qué leyes se aplican a los sobornadores y a los sobornables?

Por eso creo que hay que comentar lo que significan los atavismos, porque muchas costumbres las heredamos de los abuelos, o en general de los antepasados. El atavismo está muy adentro: en el alma de la gente. Aquí hay que decir que las clases de poder, no solamente han heredado el mando, sino sus más arcaicos métodos de gobernar y de beneficiarse de  todo lo que significa estar en una cúpula mandona. ¿Se han dado cuenta que hay un neogamonalismo?  Por su parte, los mandados, el pueblo llano, los peones, los sumisos y sometidos también tienen, con más razón, grabadas en su memoria genética, su condición de sometimiento e indefensión. Los indios, por esto del atavismo, escogen para que les gobierne a un patrón. Lo propio hacen los mestizos que se odian entre ellos y buscan las conveniencias, no en su sentido de libertad, sino en la práctica de sus intereses. ¿Se han sacudido de sus opresores o les sirven de alfombra como en los coloniajes supuestamente ya superados? ¿Cómo cambiar la costumbre de los neodependientes si el esquema está sólidamente estructurado?

Podemos poner algunos ejemplos de lo ocurrido en los pueblos del orbe, sobre cómo se dieron los cambios en las formas de vivir. Montesquieu cree que los cambios vienen de la mano de la libertad económica y de pensamiento. Cree que el papel de los gobernantes ilustrados consiste en dar las oportunidades para que dentro de ellos “se provoque una necesidad de cambio”. El rechazo a lo despótico debe surgir de una conciencia alimentada por la ilustración. (O)

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