Borrar el pasado / Pedro Reino

Columnistas, Opinión

Todo ladrón es un idiota. Es un abyecto que se miente a sí mismo porque se  “ilumina” de su propia tiniebla. No sabe, por ejemplo, que el sol tiene conciencia de no falsear su luminosidad, ni acepta que el mar no puede  falsear sus movimientos. El ladrón no cree en la luz propia, por eso babea estupefacto con su falacia; y si se mueve, lo hace en función del otro. Su alimento preferido es la envidia y la codicia. El regodeo es su pocilga. Por eso absorbe la sangre y el intelecto ajenos. Su espíritu no busca la tierra para enraizarse como un árbol sano, sino que procura la savia ajena. Todo ladrón es un apátrida.

Todo ladrón que se cree listo piensa que debe borrar las evidencias para juzgarse honesto. Como piensa de prestado deslumbra por ridículo. Los idiotas tienen y han tenido su trascendencia en el poder. Solo que antes venían disfrazados de honestos y hasta de generosos. Ahora son cínicos. Galerías, monumentos y apologías son constancias de la vigencia de sus máscaras. La aleturgia moderna los ha descubierto. A lo lejos, el poder apesta a podredumbre heredada.

Solo el ojo de Dios mira y reconoce a quien hace las maldades, pero Él siempre se queda en silencio. Dios se dejó arrebatar la justicia por las argucias de los jueces, hasta que la prostituyeron desde el principio de los tiempos. Ahora, los jueces son profetas del engaño y la perversidad. Profetas de bolsas y bolsillos.

 La codicia y la vanidad son las armas de todo pícaro e inmoral. ¿En dónde  está la verdad de los farsantes? Pues en sus máscaras que pasan a ser sus rostros. Ellos viven su propio código porque su leche nutricia es la falacia que brota de las ubres insaciables de sus intereses. Entonces resulta que quien les cree debe ser otro de sus iguales.

La verdad es un hecho reflexivo dice el filósofo. Si la verdad es un acto de amor, siempre será un asunto individual porque está luchando contra su muerte implícita. Como los farsantes no pueden con el amor, sino con la hipocresía, siempre fomentan el odio como un principio colectivo. ¿Creéis que hay amor detrás de una dádiva?

Debéis estar cansados de actos de obediencia y sumisión que os administra el poder, si sois críticos, te lo dirá tu razón. Esa es la mejor prueba de que ellos no se gobiernan con la verdad intrínseca. El poder os ha hecho creer que sois lo que dicen sus leyes. El poder os ha vuelto seres subjetivos, por no decir que sois solo sombras de sus desprecios. Os creen sombras, os creen números. Ahora sois barras de sus códigos. Sois sus objetos de beneficencia pública. Rebaños de obedecedores que olvidasteis que tenéis derechos.

Mas resulta que los farsantes tienen abundancia en sus clasificaciones. Con la aleturgia se puede descubrir a farsantes intelectuales, farsantes mediocres, farsantes cínicos, farsantes lacayos, farsantes cleptócratas, farsantes incondicionales, farsantes testaferros, y muchos más que llegan hasta la gran variedad de asesinos que son quienes os acompañan en la maraña de la humanidad.

El mayor problema está cuando estos llegan al poder y se ponen a gobernar  respaldados por el aparato de la justicia y las armas de la represión. ¿Cómo es justo que Dios –encarnación de justicia- permita que los tontos gobiernen a los sabios? Ha dicho el semiólogo. Si no analizan la historia no se darán cuenta nunca que los grandes malvados  modernos predican la democracia porque saben que la masa es amorfa, perezosa, pobre, sin filosofía y sin futuro. Con su pobreza extrema no creen en la verdad intrínseca sino en la supervivencia, y aplauden y aprueban las leyes que les dan haciendo los especialistas en tiranías, inclusive para amaestrarlos a los más jóvenes.

 (Reflexiones sobre mis lecturas pedagógicas a Umberto Eco y a Michael Foucault, 2020). (O)

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