Bolívar de la gloria al infortunio / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

La historia del latinoamericano más notable de todos los tiempos, Simón Bolívar, está al alcance de los ecuatorianos en sesenta capítulos de una telenovela y una serie apasionantes que recorren la vida del Libertador desde 1783, cuando nace en Caracas en el seno de una familia acaudalada, con tierras y esclavos, hasta 1830, cuando muere, triste, desterrado y pobre, en Santa Marta, en la quinta de San Pedro Alejandrino.

Ganó, dirigió y supervisó las batallas para independizar los territorios que ahora se los conoce como Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia y, además, para impedir que  Guayaquil sea incorporada al Perú. Sus logros son comparables a los de George Washington y Napoleón, de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX.

De los generales que le acompañaron en las batallas, solamente Antonio José de Sucre y Rafael Urdaneta permanecieron con él hasta el final, al igual que el coronel O´Leary, militar inglés que registró, durante 13 años, las batallas militares, políticas y personales del Libertador. Santander lo traicionó desde que fue designado, por el mismo Bolívar, Vicepresidente de Colombia. Inclusive, no impidió que se atentara contra su vida. Páez, desde Venezuela, le prohibió que retornara a su tierra natal y le confiscó sus propiedades. El soldado llanero, a quien Bolívar le había dado la jerarquía de gobernante, aprovechó la caída de Bolívar para pisotearlo. La Mar, el comandante peruano que le imploró a Bolívar que le ayudara a derrotar al ejército español, no sólo quiso apoderarse de Guayaquil sino que destruyó el legado bolivariano.

Flores, el comandante del Departamento de Quito, estuvo detrás del crimen de Sucre en Berruecos, pocos meses antes de que muriera el Libertador. Si el Mariscal llegaba a Quito se hubieran llenado de felicidad su esposa y su hija y la separación de la Gran Colombia no hubiera tenido aliados. A Sucre se le temía porque era el heredero político y militar de Bolívar. Este le llegó a considerar casi su hijo. Le profesaba un especial cariño paternal y le respetaba por su carácter, sus conocimientos políticos y militares y su lealtad al proyecto bolivariano.

En su magistral novela, El general en su laberinto, Gabriel García Márquez traza el doloroso recorrido de Bolívar, desde Bogotá a Santa Marta en compañía de José, su fiel sirviente desde que era niño, y su pintor de guerras y retratos. Su adorada Manuelita Sáenz no pudo despedirlo, aunque lo lloró por más de quince años, desterrada la mayor parte de ese tiempo en Paita. Dicen que Vicente Rocafuerte no le permitió a la legendaria heroína ecuatoriana regresar al Ecuador en 1836.

Los grandes estadistas suelen irse en medio del infortunio para que sea la historia la que rescate su dimensión única y su legado. Generalmente, los mediocres se van rodeados de lujos, gratificaciones y aplausos. (O)

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