Bastón de mando / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión

La luna de miel, que por un tiempo disfrutan los ganadores de una contienda electoral, se ha convertido en un fenómeno político común. Los primeros días hay un ambiente favorable, cierto margen de tolerancia y el deseo de extender la alegría del triunfo hasta que sea posible. En este ambiente, abundan las celebraciones, los aplausos y los regalos.

El bastón de mando cedido por los pueblos indígenas, desde hace dos mandatarios, es el evento más significativo, después de la posesión ante la Asamblea Nacional. A partir de la primera elección del expresidente Correa, este acto ancestral se convirtió en una tradición. El ahora exiliado en Bélgica, veinticuatro horas antes de jurar como presidente ante el extinto Congreso Nacional, visitó Zumbahua, en la provincia de Cotopaxi, para afirmar su popularidad en el pueblo donde fue parte del voluntariado salesiano. Pero, el apoyo indígena se desvaneció casi inmediatamente y cuatro años después, en el mismo lugar, los dirigentes de la Conaie, dentro de una celebración parecida a la primera, le retiraron simbólicamente este bastón, por considerar que no cumplió los ofrecimientos realizados al asumir el Gobierno.

Lenín Moreno, heredero rebelde del correísmo, mantuvo esta tradición. Al inicio de su período presidencial participó en la ceremonia de entrega del bastón de mando por parte de varios líderes indígenas del país, esta vez, en la comunidad de Cochasquí, de la provincia de Pichincha. El expresidente habría recogió el mismo báculo que antes fue entregado a Rafael Correa. En el mundo de las coincidencias todo es posible, solamente basta recordar que la dirigencia indígena pidió su cabeza en octubre de 2019.

La costumbre tampoco se rompió con el inicio del gobierno del encuentro. El presidente, Guillermo Lasso, recibió este signo de autoridad de manos de las comunidades indígenas de Tungurahua, en Tamboloma de la parroquia Pilahuín. Pero, desde ahora, algunos conocedores de esta práctica presentan objeciones. Según su criterio, el bastón no se debería conceder una autoridad elegida, sino a una persona que se ha ganado la autoridad. Parece que hay un desgaste de este signo, al punto de convertirse en un rito carente del contenido original y politizado.  

En luna de miel, las celebraciones, los aplausos y los regalos están permitidos. Pero, la realidad del país, apremia darles la importancia suficiente y necesaria a los actos simbólicos, para centrar la atención en las necesidades reales, sabiendo que muchos ciudadanos que ahora aplauden, mañana gritarán en contra. (O)

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